Por fin es hacia el 555 cuando
dos monjes5, seguramente nestorianos, por
encargo del emperador Justiniano viajaron al Extremo Oriente, por la ruta
del Cáucaso, evitando Persia, trayendo de allí los granos
(huevos) del gusano de seda escondidos en sus bastones huecos. Pero aquella
aventura no trajo todavía la sericultura china al Mediterráneo
oriental, porque estos granos no debían ser de la especie más
preciada y, además, Justiniano, con su excesivo monopolio sobre
el cultivo, ahogó la incipiente industria bizantina de la seda.
La siguiente tentativa la realizan los sogdianos, pueblo del Asia Central,
antes vasallos de los turcos, poco amigos de la guerra, pero buenos agricultores
y grandes comerciantes. Valedores de su privilegiada situación geográfica,
entre turcos, persas y bizantinos, establecen tratados con el poderoso
Bizancio asegurándole la provisión de la auténtica
seda china. Son los sogdianos, caravaneros pacientes, quienes trazan las
rutas comerciales entre el norte de la poderosa China (al sur de Mongolia
y al norte de la India) y las ricas naciones del Asia Occidental.
Hay, por tanto, no una sino tres rutas principales de comunicación
y comercio entre los dos extremos de Asia: Una, al norte del Altai, por
el lago Barkul, Urumtsi, el puerto Talki, el valle del Ili, Talas, luego
por el mar de Aral, el Caspio, el Cáucaso y Asia Menor; Las otras
dos son las más conocidas desde los Han, que pasan por el sur del
Tarim y se reúnen al pie de los pasos que atraviesan los desiertos
del Pamir y entran en la China. Los sogdianos, bebedores de vino y no de
licor de arroz, industriales, agricultores, comerciantes, artistas y letrados,
formaron una especie de confederación feudal, cuyos centros más
importantes son las actuales ciudades de Samarcanda y Bujara.