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Durante el
Califato de Córdoba1
(929-1031), los árabes traen a la Península Ibérica algunos artesanos de la
seda, procedentes de Mesopotamia. Según crónicas de Ibn Adari y Al Razi, es a
finales del siglo IX cuando Valencia entra como centro productor en el
itinerario de la seda musulmana. Al culminar la conquista de Valencia a los árabes por el
Rey Jaime I de Aragón (1238), la producción de seda en esta región toma un nuevo
impulso comercial, tanto para consumo local como para exportación. La situación
de los árabes cultivadores y productores de seda no se modifica con la conquista
ni después, hasta la expulsión de los moriscos. En 1316, ordenanzas municipales
citan la pervivencia de tejedores que mantenían en su oferta de productos la
obra de seda, passamans y obra de cotó. Existía un comercio de ámbito local
en el que se integraban asociaciones de tejedores, mercaderes y corredores, en
su mayoría judíos y cristianos conversos. Su mayor producción era de telas de
cedazos, cendales y velos. Este colectivo importante de judeoconversos es lo que
explica cómo el trabajo de los artesanos musulmanes del siglo XIII tuvo
continuidad en el XIV, ya que estos judeoconversos siguieron realizando las
obras tradicionales musulmanas.
Los tejidos nazaríes, que constituyen la última
etapa de esplendor de la seda andalusí, serán sustituidos por terciopelos
labrados (de moda en Italia) caracterizados por sus colores intensos y la
ornamentación con motivos arquitectónicos de inspiración oriental.
Aprovechando las redes
comerciales del reino de Aragón, la producción sedera valenciana accede al
mercado Mediterráneo y las sedas italianas pierden la hegemonía; tejedores
genoveses se establecen en Valencia y crean productos que se venden en toda
Europa. El comercio con Italia se amplía e intensifica.
En el año 1474 se crea en la ciudad de Valencia el
Gremio de velluters2, que
tenía 4000 inscritos3 en el
año 1479, cuando son escrituradas las primeras Ordenanzas del gremio. La Lonja
de Valencia es un importante centro comercial de la seda en el Mediterráneo.
A principios del
siglo XVII, Enrique IV de Francia
lleva sederos valencianos para que enseñen el oficio de la seda en la ciudad de
Lyón.
La seda valenciana
alcanza su máximo desarrollo en producción y comercialización en el siglo XVIII. Los sederos son
reconocidos como artistas y el antiguo Gremio de Velluters viene a llamarse
Colegio del Arte Mayor de la Seda, por decreto del rey Carlos II (31 de octubre
de 1686). Además del consumo local, se exporta a los telares de Lyon y al resto
del reino de España, que ya es gran consumidor de seda, tejidos ostentosos, por
la influencia de la corte de París (Luis XIV). Un estado de cuentas que rinde el
Col. del A. M. de la Seda de Valencia en el año 1787 declara unas ventas totales
por valor de 13.285.200 Reales de vellón, y hay oficialmente censados 7.764
personas trabajando en la seda valenciana.
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