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1.2 La seda |
1.2.3 Trabajando con
seda natural trenzada en Canarias, España |
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El mismo brillo y la misma
magia que atraían la vista y el tacto en los finos hilos del antiguo Celeste
Imperio donde nació se mantienen, transcurridos miles de años, en la seda
artesana de la Palma.Con la incorporación, en 1493, de la isla a la Corona
de Castilla, llegan procedentes de Portugal y Andalucía los técnicas
textiles imperantes en la época. Durante centurias, la actividad sedera fue
en aumento, paralela al desarrollo económico isleño, del que formaba porte
sustancial, constituyéndose, junto al azúcar, en uno de los elementos
fundamentales del intercambio comercial con la Península e incluso con el
lejano Flandes. No en vano el puerto de Santa Cruz de la Palma, la capital,
llegó a ser en esa época el tercero del imperio de los Austrias, junto a los
de Sevilla y Amberes; y no en vano tampoco la abrumadora presencia del arte
flamenco (en forma de imaginería y pintura religiosa, fundamentalmente) en
la Palma, que por fortuna todavía subsiste, vino de la mano de ricos colonos
que vieron, entre otros atractivos económicos, la producción sedera como una
de las razones para su establecimiento en tan lejanas tierras. |
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Sin embargo, esta boyante actividad empezó a
decaer a finales del siglo XVIII. El comisionado regio para estadística,
Francisco Escolar y Serrano, apuntaba en aquel momento que el motivo de su
inicial decadencia era "el uso grande que hacen los isleños del algodón para
vestir". Aún así, a mediados del XIX se establece en la capital una fábrica
textil con las técnicas y los instrumentos más avanzados; entre ellos, una
máquina de madera y tracción humana que, con 24 cabezales, preparaba la seda
para exportarla en madejas a Lyon (Francia). Esta máquina torcedora se
conserva en el Museo Insular, ubicado en el antiguo convento de San
Francisco, en Santa Cruz de la Palma.
Cinco siglos después, sin embargo, el tiempo
parece haberse detenido en la artesanía de la seda y hoy su proceso,
totalmente manual, que comienzo con la crianza del gusano y consta de más de
doce pasos diferentes hasta lograr la pieza deseada, es único en Europa. |
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Los telares, a dos o a cuatro lizos, tejen
puntos de tafetán, gabardina, cordoncillo y palma, o espiga. Los
tintes naturales se perdieron a principios de siglo, manteniéndose sólo el
de cáscara de almendra, hasta que a mediados de los años ochenta se
recuperaron otras muchos materias tintóreas: gualda (amarillos), cochinilla
(rojos, granates y rosas), eucalipto (grises) y nuez (marrones), entre
otras. Estos colores, elaborados con los productos naturales de la variada
flora de una isla que cuenta con más de ochenta plantas endémicas, han
proporcionado un nuevo impulso al trabajo de los artesanos.
La seda, sigue hoy hilándose (o sacándose;
sacar seda, se dice en la isla) mediante un sistema propio de hilanderas
medievales. En una caldera de cobre puesta al fuego, y cuando el agua está
en su punto de ebullición, se introducen los capullos, los cuales, ayudados
por el agua caliente, van aflojando el hilo continuo que los envuelve; la
artesana (normalmente es una mujer quien lo hace) tira de ellos con una
escobilla de brezo, llevándolos a un torno manual, en el que acaban
convirtiéndose en madejas. |
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A partir de este punto se continúa con el
primer devanado; se limpia y atan los cortes para obtener un hilo continuo
en la zarja, donde se van haciendo, por grosores que determina el tacto,
fajas (hilo continuo de unas mismas características) paralelas. De la
zarja se sacan, por medio de una redina, dos o más hebras, llenándose los
cañones (trozos de caña). Después se procede al torcido, que consiste en
hacer girar manualmente dos husos, que llevan varias hebras y penden
verticalmente de sendas alcayatas fijadas en el techo. Este último paso
aparece ya, de forma semejante, en las labores textiles egipcias, reflejadas
en tumbas del año 1900 antes de Cristo.
Una vez torcida, la seda se traslada a un torno
más pequeño, donde se hacen madejas que se hierven con agua y jabón, para
quitarles la aspereza; descrudada la materia prima, su brillo y agradable
textura quedan al descubierto. Entonces, si procede (gran parte se trabaja
en su color), se tiñe con tintes naturales. |
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Todavía
en madejas, la seda tiene que volver a unos cañones (útil de caña donde se
envuelve) para hacer la urdimbre en un urdidor de pared. La trenza de ahí
resultante pasa al sentado (tensado) definitivo en el telar donde, después
de estar bien templados los hilos, empieza la tejeduría. A menudo, eso es lo
único que ve el visitante que llega al taller de seda; lo demás, queda en la
memoria más profunda de quienes lo protagonizan. Y, en este caso, en sus muy
trabajados brazos y espaldas. Del telar salen tocas y bandos (fajas) para el
traje tradicional, fulares, chales, pañuelos de bolsillo, corbatas, y metros
y metros de un mágico tejido que acabará convirtiéndose en
trajes, camisas o blusas para deleite de sus privilegiados poseedores.
Texto: Patronato de Turismo Insular de La Palma.
Fotos: Patronato de Turismo Insular de La Palma y archivos de ADER-La Palma.
ARTÍCULO DE DOMINIO PÚBLICO
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