LITERATURA
IBEROAMERICANA DEL SIGLO XX |
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Prosa Iberoamericana de la primera
mitad del siglo XX
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En la primera mitad del siglo XX, la prosa criolla ha añadido
nuevas páginas al acervo común de la novela. La producción
novelística ha aumentado progresivamente. Según el testimonio de
los eruditos Englekirk y Wade, en poco más de cien años, unos
250 escritores la han cultivado en Colombia. Valga esto como
ejemplo en un país iberoamericano. Aquello que en el siglo XIX
era una página regional del realismo hispano o lusitano ha
conducido, en el XX, a la novela terrígena o nativista. La
novela, como documento local, señala los diversos regionalismos
dentro de cada país. No es lo mismo la prosa de una novelista de
la región pampera o araucana, que la de aquel que la cultiva en
el ambiente patagónico de la Tierra del Fuego, aunque ambas
regiones están bajo la misma bandera. Típico de la prosa criolla
es un descarnado realismo, que se armoniza con una estructura
poemática. La renovación de la prosa encuentra su primer estadio
en 1915, como deformación de un extenso corpus de motivos,
escenarios o tipos; los años siguientes resultan de buceo en
profundidad, para descubrir esencias a, según Jorge Bogliano. El
primer gran prosista del criollismo fue el uruguayo Horacio
Quiroga (1878 –1937), que, trabajando en la región misionera del
nordeste argentino, conoció la vida dura del hombre en la selva
y la de sus acechantes y peligrosas fieras. Sus excepcionales
dotes de cuentista dan una suma eficacia y precisión a sus
cuentos de amor, de locura y de muerte (1916), de la selva
(1918) y de tantos otros, como Anaconda, Los
desterrados, La gallina degollada, etc. El cuento
A la deriva (un hombre mordido por una serpiente venenosa se
traslada en su canoa, río abajo, agonizante, hasta la población
más cercana) finaliza así:
...El hombre que iba en ella [en la canoa] se sentía cada vez
mejor y pensaba, entretanto, en el tiempo justo que había pasado
sin ver a su ex-patrón... ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho
meses y medio? Eso. Sí, seguramente.
De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué
sería? Y la respiración...
A1 recibidor de maderas lo había conocido en Puerto
Esperanza. Un viernes santo... ¿Viernes sí, o jueves... El
hombre estiró lentamente los dedos de la mano. –Un jueves...
Y cesó de respirar.
José Eustasio Rivera nace en Neiva, Colombia, en 1889 y muere en
Nueva York el 1 de diciembre de 1928. Fue maestro normal en 1909
y doctor en derecho por la Universidad Nacional de Bogotá en
1917. Después de ser diputado al Congreso desempeñó el cargo de
inspector del gobierno en las explotaciones petrolíferas de la
región del Magdalena y, posteriormente, formó parte de la
comisión delimitadora de fronteras entre su país y Venezuela.
Estos cargos lo llevaron de nuevo a la misma selva que había
sido fronteriza con su ciudad natal y es esta selva lo que
inspira la creación literaria del autor, recuperando en él las
raíces de su infancia y la fantasía de su juventud.
Su primera obra es un libro de poemas (1921), Tierra de
promisión, con la que alcanza cierta notoriedad. Pero es su
segunda y última obra, La vorágine, la que hace de Rivera
un clásico de la narrativa realista premágica, hasta el
punto de ser considerada por muchos como la gran novela de la
selva latinoamericana. Aunque la prosa criolla contaba con
excelentes narradores costumbristas, fue el colombiano José
Eustasio Rivera el que llevó a su cima la novela criolla, punto
de partida de una novelística magistral.
La vorágine es una gran poesía en prosa de las selvas
caucheras del Río Negro o Guainía y de las tierras de Casanare,
Cáqueza o Villavicencio. La Naturaleza se siente latir,
imponente y devoradora, en todas sus páginas. Miles de caucheros
perecieron en aquellas selvas. Hombres opresivos y esclavizados.
Fiebres, hambres, impotencia y desesperación. Una gran vivacidad
dinámica justifica el titulo. Arturo Cova, el protagonista, nos
refiere autobiográficamente su evasión con Alicia, a la que ha
raptado, y su trágico final. El infortunado epifonema que cierra
la obra es como la efigie y la síntesis de toda ella: ¡Los
devoró la selva! Además, encierra la demanda social,
dirigida al gobierno de Bogotá, en favor de los productores del
caucho subyugados por los hombres de presa. Pero los detalles
patéticos de la narración hilvanan literalmente la lucha por
sobrevivir en la selva y ellos constituyen su mejor mérito:
Aquí los responsos son los sapos hidrópicos, las malezas de
cerros misántropos, los rebalses de caños podridos. Aquí la
parásita afrodisiaca que llena el suelo de abejas muertas, la
diversidad de flores inmundas que se contraen con sexuales
palpitaciones y su olor pegajoso emborracha como una droga...
Aquí de noche voces desconocidas, pausas consternadoras,
silencios fúnebres. Es la muerte que pasa dando vida. El zumbido
de la pava chillona, los retumbos del puerco salvaje, las risas
del mono ridículo. Todo por el júbilo breve de vivir unas horas.
Años después de La Vorágine de José Eustasio Ribera
(Bogotá, 1924) apareció otra narración cauchera, también de un
colombiano: Toá (1933), de César Uribe Piedrahiata (1897
a 1951), cuyos magistrales relatos han considerado algunos
críticos superiores a los de Rivera.
La acción se desarrolla en una hacienda situada en las faldas
del volcán Paracé, y describe el terror y los peligros de la
selva y de los ríos malditos, Orteguaza, Putumayo, Caquetá,
Yguarí, etc. – a través de un inspector de las caucherías
colombianas. Como libro nacional colombiano, Toá representa el
esfuerzo por mantener una bandera y un comercio, y la lucha de
los caucheros contra la piratería extranjera, contra el indio y
contra la Naturaleza que le son hostiles. Es la angustia de un
país por conquistar una tierra rica pero difícil. Uribe llega en
sus descripciones naturalistas a manejar un gran estilo, a veces
grotesco pero en ocasiones de un gran lirismo (Toá era
hija del agua "había nacido de la cópula del río con la selva",
sus cabellos "olían al aceite de Guichilu aromatizado con el
jugo de suquisuru, y era su boca como, las piñas perfumadas del
Senseyac").
Otro novelista hispanoamericano destacado en el siglo XX es
Rómulo Gallegos (n. en Caracas 1884 y m. En 1969, Caracas).
Hombre en plena etapa de madurez creadora (Austral,
en Doña Bárbara, B. A., 1962, donde se dice "nacido en
Caracas en 1899"), empieza desde muy joven a hacerse notar en el
campo de las letras. Su primera novela, Reinaldo Solar,
data de 1921. Ella lo consagró plenamente ante el público
venezolano, y la crítica le señaló como el más firme valor de la
nueva generación. En 1925, la publicación de La trepadora
reafirmó y consolido su prestigio dentro de las fronteras
patrias; pero es solamente cuatro años más tarde, cuando las
prensas españolas lanzan a la publicación Doña Bárbara,
cuando el nombre de Gallegos adquiere una amplísima repercusión
en todos las capitales del mundo de habla española. En Madrid
como en Buenos Aires, en La Habana igual que en México,
registróse como un suceso importante la aparición de un libro
que libertaba la inspiración americana de toda actitud servil
frente a las literaturas europeas. Cantaclaro, Canaima
y Pobre negro aparecen a continuación. Como muy bien dijo
uno de sus críticos, Gallegos ha llegado a un grado tal de
maestría, que entre sus obras hay campo para la referencia, pero
no para regatearle a ninguna la más encendida admiración.
Escritor, pedagogo (desde las aulas del Liceo de Caracas) y
político. Vivió exiliado voluntariamente en España (1931 –36)
para eludir la senaduría que le ofrecía Juan Vicente Gómez.
Regresó a la vida política venezolana a la muerte de éste siendo
ministro de Instrucción Pública (1936) – diputado nacional (1937
–40). Coadyuvó a la fundación del partido Acción Democrática
(1941) y en 1948 ocupó la Presidencia de la República, cargo que
desempeñó pocos meses, pues fue depuesto por el golpe de Delgado
Chalbaud. Vive después exiliado en Cuba y Méjico, volviendo a
Caracas a la finalización de la dictadura de Pérez Jiménez en
1958.
En literatura Rómulo Gallegos no sólo trata temas
hispanoamericanos, sino que sus personajes y sentimientos son
sencillamente criollos. Su novela DoñaBárbara (Barcelona,
1929), pese a ser típicamente criolla y no salir de llano y de
los límites de El Miedo y de Altamira, alcanza indiscutible
universalidad y la categoría de novela clásica americana.
Gallegos desarrolla su narración escueta y sobriamente, sin
descender al detalle sentimental. Los hechos se nos dan a
conocer inesperadamente. Por un detalle intranscendente
conocemos un hecho fundamental. Uno de los personajes del libro
es el Llano, extraordinario e impasible ("¡la tierra de Dios
para el hombre de los demonios! "). Se personaliza en doña
Bárbara, feroz y tierna, la hembra del río impulsada por la
violencia. Luzardo, el protagonista ejerce una tenaz acción
civilizadora sobre el llano y sobre la hembra bravía que pasa de
su perversidad (odia a los hombres, cuya crueldad sufrió en su
infancia) hasta la generosidad maternal. Doña Bárbara es la
barbarie, y la inocente niña Marisela, el alma de la raza
"abierta como el paisaje a toda acción civilizadora". Otros
personajes significativos son Lorenzo Barquero, el criollo
devorado por la sensualidad y el alcohol; el yanqui Mr. Danger,
figura tendenciosa del extranjero colonizador; Ño Pernalete y su
secretario Mujiquita, símbolos de la ignorancia despótica y de
la mediocridad, respectivamente, etc. Es un libro seco, sin
halagos de estilo, pero lleno de emoción. Gallegos dedicó
también a la llanura Cantaclaro, cuyo protagonista es una
antítesis de Luzardo. Florentino Quitapesares, criollo
borrachín, juerguista y donjuanesco, no pudo dominar el Llano y
se lo llevó el diablo.
La mejor novela de Rómulo Gallegos es Canaima, narración
poemática, que adquiere el valor de una sinfonía barroca llena
de disonancias y constituye un estallido de fervor naturalista
en breves capítulos que son como estampas del Orinoco, el río
que preside el dios feroz de guaicas miquiritares. Lo
personaliza Marcos Vargas, el valeroso protagonista rionegrero
que se siente atraído por la "perspectiva alucinante" del río y
de la selva. En estas novelas, la naturaleza estática o
dinámica, como la tormenta, dotan a las escenas de un realismo y
sobrecogedor. En 1958, con La doncella y el último
patriota, Rómulo Gallegos ganó el Premio Nacional de
Literatura.
Otras novelas: Reinaldo Solar (1920), La trepadora (1925),
Pobre
negro (1937), Sobre la misma tierra (1944, La brizna de paja al
viento (1952; cuentos: Los aventureros (1913), La rebelión y
otros cuentos (1947), Cuentos venezolanos (1954); ensayo:
Una
posición en la vida (1954).
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El gaucho, que había culminado en el Martín Fierro en un fecundo
ciclo poético, se popularizaba ahora en la prosa. Las
narraciones del "gaucho malo" culminaron con Juan Moreira,
de Eduardo Gutiérrez (1853 –1890). Otros argentinos y
uruguayos escribieron narraciones análogas. La obra de Gutiérrez
sirvió de punto de partida para el teatro gauchesco rioplatense.
En 1926, con la publicación de non Segundo Sombra del
argentino Ricardo Güiraldes (1886 –1927), el gaucho se impone de
nuevo en las letras. Del conocido en el XIX queda nada más que
lo esencial. Güiraldes ya había publicado Raucho y
Xaimaca, entre otras obras y que mostraba aspectos
vanguardistas, dio con Don Segundo Sombra la novela de la
pampa con el viejo gaucho, cuya personalidad atrae a Fabio, un
muchachito que lo sigue fielmente y que a su lado aprende el
oficio de hombre de campo, hasta que, beneficiado por una
herencia, se ve obligado a abandonar a su mentor y su vida de
libertad. Con Don Segundo aprendió "los saberes del resero, las
artimañas del domador, el manejo del lazo y las boleadoras, la
difícil ciencia de formar un buen caballo para el aparte y las
pechadas... ". Los personajes están tomados de la realidad,
pero, gracias a su elaboración artística, alcanzan categoría de
símbolos. Su magnífico estilo se distingue por la expresividad
en la descripción del paisaje y le los estados de ánimo y la
originalidad de sus metáforas. Don Segundo Sombra es la última
expresión del gaucho, cuando la materialización de la vista
argentina, desde 1890, había disminuido considerablemente su
popularidad.
Un gran ejemplo uruguayo en la literatura gauchesca es Enrique
Amorím(1900 –1960), con El caballo y su sombra (1939), cuyo
argumento contiene una acción paralela. desarrollada con viva
sensibilidad: la mujer del gaucho que da a luz 11n hijo del amo,
y la yegua zaína, cuya cría tiene por padre a un caballo de
linaje. Don Ramiro, gaucho viejo y ciego, es un personaje
profundamente humano. Esta novela plantea otro problema: la
inmigración. Los pobres inmigrantes europeos (a tofos los llaman
rusos, son. como los criollos, víctimas de los latifundistas).
En esta obra, como en EI paisano Aguilar, Tangarupá, Corral
abierto, etc., presenta la transformación del campo 1 los
problemas actuales del hombre uruguayo. Amorím se distingue
también por sus imágenes y metáforas, llenas de viveza y humor
gaucho. Anterior a estas novelas apareció Raza ciega (1927), del
también uruguayo Francisco Espinosa (1901), vigoroso prosista.
La novela gauchesca evoluciona hacia el criollismo en otras
narraciones como en EI ingles de los güesos (1924), de Benito
Lynch (l885 –1952), que nos descubre ambientes campesinos muy
conocidos de su infancia. Sus Personajes son primitivos e
ingenuos, y todo en la narración es sencillo candoroso. La hija
de los puesteros es un muchacha enamorada del Arqueólogo inglés
que, al tener que marcharse, la deja desesperada y la precipita
a un trágico final. El diálogo sirve con maestría a la
narración. Esta novela, como las demás de mismo autor (Los
caranchos de la Florida, El antojo de la patrona, etc.) – es
fiel reflejo de la vida del campo argentino.
En nuestro siglo no se han interrumpido la prosas basadas en la
Historia, ni las leyendas y tradiciones iniciadas por Ricardo
Palma. Las coloniales del mejicano Artemio del Valle Arizpe
(1888 –1961) muestran su atención a lo tradicional. El misterio
y el idealismo de sus narraciones resaltan la personalidad del
autor. Algunas, como Las flores del espino o La Salvadora, son
famosas. Entre sus cuadros más logrados tenemos Doña Leonor de
Cáceres y Acevedo y Cosas tenedes (1922), La güera Rodríguez
(1950), Tradiciones, leyendas y sucedidos del México virreinal,
etc. Otros hispanoamericanos cultivan estas prosas, como el
panameño Sergio González en Las veintiséis leyendas panameñas
(1953), o como el chileno Aurelio DIAZ MEZA, que recuerda el
Santiago colonial en sus Crónicas de la conquista.
Pero donde las narraciones históricas han ganado gran
importancia es en las novelas que relatan las guerras por la
Independencia y las revueltas y las revoluciones. Uno de los
temas más fecundos Y persistentes han sido el de Rosas, que ya
en su mismo siglo, alcanzó una extensa bibliografía. El tema del
famoso dictador y su "mazorca" persiste, el siglo xx. El fecundo
y popular Hugo Wast (Gustavo Martínez Zubiría 962) lo trata en
La corbata celeste
MANUEL GÁLVEZ (1883 –1962). también argentino, de estilo
depurado y castizo, escribió sus Escenas de la época de Rosas,
que recuerdan a Caldos: El gaucho de los El general Quiroga, Han
tocado a degüello, Y así cayó don Juan Manuel (1954), etc. Rosas
y su época aparecen como en un documento histórico aunque
sensiblemente desfigurados por la invectiva y la pasión. X estas
escenas han de agregarse las de la guerra del Paraguay y la
narración, que Gálvez calificó de "capricho" titulada Las dos
vidas del pobre Napoleón.
Otra fuente de novelística ha sido el tema de la revolución
mejicana de 1910. Muchos de sus novelistas la vivieron, lo cual
les ha permitido captarla con fidelidad. MARIANO AZUELA (1873
–1952). que fue funcionario durante la Revolución, nos la
descubre vivamente con rasgos de fiereza y humor: Andrés Pérez,
maderista (1911), Los caciques, Las moscas Domitilo quiere ser
diputado, etc. En Los de abajo (1927: Premio Nacional de
Literatura en 1949), el héroe, Demetrio Macías, es "un primitivo
sin cultura sin ideas...", un verdadero monstruo, pero que
comunica cierta ternura al lector; en EI que la debe...
predomina lo social con cierto tono irónico y agrio que recuerda
la pintura de Solana la prosa de Valle Inclán. Azuela es también
autor de la biografía novelesca Pedro Moreno, el insurgente
y de La Malhora, vigoroso cuadro de la vida de los
trabajadores. Azuela es uno de los mejores novelistas de
América. Otros mejicanos han dedicado al mismo tema valiosas
narraciones como Gregorio López y Fuentes (1897), autor de El
indio (1935), doloroso cuadro del campesino, y
Acomodaticio: novela de un político de convicciones
(1943), en la que denuncia las hábiles maniobras de los que se
aprovechan de las situaciones. Del lado paraguayo hay también
notables ejemplos.
Dentro de la narración histórica, la biografía novelada de los
autores hispanoamericanos ofrecer ejemplos de gran interés:
El tesoro del Dabaibe (1934), sobre Balboa, del panameño
Octavio Méndez Pereira representa un gran equilibrio entre la
imaginación creadora y el documento histórico; las obras
argentinas El general Paz, de Luis Franco; Alberdi,
de Pablo Rojas Paz; El mundo maravilloso de Guillermo E.
Hudson, de E. Martínez Estrada; las a obras peruanas: Don
Manuel, la vida de González Prada, de Luis Alberto Sánchez;
las del Ecuador: La hoguera bárbara, sobre Eloy Alfaro, y
de Alfredo Pareja Díez Canseco; García Moreno, el santo del
patíbulo, de Benjamín Carrión; las de México: La conjura
de Xinúm, con la rebelión a del indio maya y la
autobiografía La del alba sería, de Ermilo Abreu Gómez;
La ruta de Hernán Cortés, de Fernando Benítez;
Moctezuma, el de la silla de oro, de Francisco Monterde; las
de los venezolanos: Guzmán, elipse de una ambición de poder,
de Ramón Díaz Sánchez, y los libros sobre los primeros
conquistadores y exploradores de Venezuela en las islas del
Caribe y en los grandes ríos del sur del país, de Enrique
Bernardo Núñez; Guzmán, de Héctor Mújica; las de Chile: Don
Diego Portales, de Magdalena Petit; Recaberren y
Lautaro, de Fernando Algería, etc.
Los novelistas hispanoamericanos han creado un tipo de novela
social con personajes humanos bien logrados. El indio de la
novela indiana ya no es el pintoresco ser del romanticismo,
sino un humano miserable que sufre la miseria y la opresión.
Estas narraciones contienen la protesta social. El boliviano
Alcides Arguedas (1879 –1946) nos presenta, en Raza de bronce
(1919), a los pobres indios del yerno. No son seres inocentes,
los hay ladrones e incendiarios, pero sí víctimas del patrón y
del administrado, el cholo codicioso. el mestizo brutal. Veinte
años después de este gran libro, Ciro Alegría (1909) en El
Mundo es ancho ajeno, nos pinta vigorosamente la sufrida y
muda existencia de los indios peruanos, sus compatriotas. Junto
a la novela del indio o del revolucionario encontramos la que
estudia al hombre como tal frente a su medio económico, dominado
por un capitalismo cerrado a toda influencia. A través del
realismo, la novela llega hasta este mundo obrero. Los chilenos
nos ofrecen buenas novelas de persistencia naturalista. Un
ejemplo lo tenemos en Zurzulita (1920), "el sencillo
relato de los cerros", de Mariano Latorre (1Y86 –1935), con la
pobreza agrícola en un poblacho de la cordillera de la costa
chilena. La miseria moral engendra monstruos, tan bien captados
por Latorre en su repelente Samuelón. Es un vibrante aguafuerte
que llega a las mas descarnadas expresiones. En este tipo de
novela, el también chileno Luis Durand (1894 –1954) nos relata
en Frontera (1949) la lucha de un hombre de instintos
primarios por hacer suya, a su manera, la tierra. Superada la
influencia de Latorre, se destacan Manuel Rojas (1896) famoso
por Lanchas en la bahía (1932) y otras narraciones, como
Hijo de ladrón (1951) y Mejor que el vino (1958);
Nicomedes Guzmán, con La sangre y la esperanza (1943);
Oscar Castro, con Llampo de sangre (1954); Fernando
Alegría, con Caballo de copas (1957), etc. Los
ecuatorianos han creado vigorosos relatos indianistas Y de
protesta social, y desde 1925 se hace crudamente impresionante
con Humberto Salvador en Camarada, Universidad Central,
Trabajadores y Bajo la zarpa. La novela llega a
ser una dura acusación, con
Barro de la sierra, En las
calles, Cholos, Huasipungo, etc.
La novela social, al profundizar en el estudio de los
caracteres, se convierte en un tipo de novela psicológica
Destaquemos las novelas intimistas, en su ejemplo venezolano, de
Teresa de la Parra (1890 –1936), con la gracia y humor poético
de sus novelas inspiradas en su propia vida: Ifigenia y
Memorias de Mamá Blanca con una muchacha imaginativa que
lucha contra los prejuicios sociales a los que acaba por
sacrificarse y a una infancia en las haciendas próximas a
Caracas, respectivamente. El tema de las emociones infantiles ha
sido abordado también por otros novelistas venezolanos
posteriores: Julián Padrón, en Madrugada, evoca una vida
infantil sensual, audaz y peligrosa en los o bosques tropicales
de Maturín; la malograda Trini Larralde, con Guátaro,
veraz imagen de su infancia; Lucila Palacios, con El día de
Caín, doliente queja de su caso personal entre personajes
políticos reales; etc. También cultivan a la novela intimista
los chilenos, como J. González Vera (Vidas mínimas), los
mejicanos como Andrés Henestrosa (Los hombres que dispersó la
danza), Andrés Iduarte (Un niño en la revolución mejicana)
y Andrés Mariño (Batalla hacia la aurora, 1959) ; etc.
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La novela de análisis psicológico ha sido cultivada por grandes
novelistas americanos de habla española: Eduardo Barrios (1884
–1963), uno de los más originales por su técnica e inventiva del
Continente y autor de novelas que alcanzaron muchas ediciones:
Gran señor y rajadiablos (1049), viva estampa del huaso,
del señor de la hacienda campesina chilena, bravío en sus vicios
y virtudes; Los hombres del hombre (1950), en la que
hermana personajes reales y símbolos, el hombre y sus hombres
interiores, en un perfecto equilibrio; es una novela de almas,
no un frío análisis psicológico; etc. Otro novelista que muestra
una gran profundidad psicológica es el argentino Eduardo Mallea
(1903), con una obra de extraordinaria penetración: Historia
de una pasión argentina, Rodeada está de sueño
(1944), "memorias poemáticas de un caballero desconocido";
Todo verdor perecerá (194 ), de grandeza en su sobriedad y
estatismo, que nos da la psicología de una criatura desgraciada
en dos crisis sentimentales con el páramo y la sequía y un
protagonista más seco aún que el paisaje; una trilogía de tipos
y caracteres argentinos (Las águilas, La torre y
La tempestad; Sala de estar, en la que nos
presenta el alma de siete personajes agónicos e introvertidos;
etc. Como un ismo más tardío, vino a agregarse a la
literatura hispanoamericana el existencialismo. Algunos de los
libros citados podrían considerarse como novelas
existencialistas. La actitud violenta, el cinismo o el desamparo
se dan como en un delirio permanente. Uno de los novelistas que
mejor ha expresado esta angustia es el uruguayo Juan Carlos
Onetti, con su novela Para esta noche (1943), en la que
nos presentan el dramático ambiente de una ciudad sitiada en
Europa. Con estilo conciso y tajante nos relata la historia
interna de un hombre que trata de escapar de la muerte, libre y
prisionero a la vez; nos explica su obra «como un cínico intento
de liberación" en un medio de hostil crueldad en el que hasta el
sudor tiene "olor a miedo". Rasgos patéticos encontramos en sus
otras narraciones, como Tierra de nadie, sobre la vida
porteña. Como novelista existencial ha sido también citado
Guillermo Meneses (1911), cuya novela El falso cuaderno de
Narciso Espejo es el análisis de unas almas perdidas en el
laberinto moral de la época. La técnica de Meneses y su obra han
sido muy discutidas en Venezuela, como La balandra Isabela
llegó esta tarde o el relato La mano en el muro, con
la angustia sexual. Un gran autor venezolano que cultiva también
el existencialismo criollo es Miguel Otero Silva, con su visión
de un mundo torturado, como en Fiebre, especie de posible
biografía de los jóvenes que se levantaron contra el dictador
Gómez, o Casas muertas (Premio Nacional de 1956), con la trágica
pintura de Ortiz, el viejo pueblo llanero que iba desmoronándose
por la incuria de los gobernantes.
Atención especial merece el guatemalteco Miguel Ángel Asturias
(1899), el más original de los narradores americanos que, en sus
Leyendas de Guatemala (1930; Buenos Aires, 1957),
interpreta brillantemente mitos y leyendas indias, con un
barroquismo tórrido que llega a la cumbre de su maravillosa
eficacia con su novela El señor Presidente (aparecida en
Méjico en 1946 y de la cual se han hecho posteriormente multitud
de ediciones y traducciones). Se trata de una narración
excepcional, que tal vez sea la mejor novela de Hispanoamérica.
Con interpolaciones surrealistas nos presenta, magníficamente
ensambladas a la manera del tremendismo último, la vida de un
país criollo bajo un presidencialismo tiránico. Relumbrante
estilo, pesimismo macabro, agrio y feroz; verdugos o víctimas,
mujercitas burguesas y mujeronas de prostíbulo... todos bajo la
dura sombra de un frío monstruo de crueldad refinada. A esta
novela siguieron otras tan vigorosas como la trilogía sobre la
explotación bananera (Viento fuerte, El Papa Verde
y Los ojos de los enterrados). En Hombres de maíz
(1949) se inspira en la mitología mayaquechua. Alcanzó en 1966
el premio Lenin de la Paz.
El humor hispanoamericano es agrio y cáustico, como vemos, por
ejemplo, en dos escritores: Xavier Icaza (1892), mejicano que ha
desarrollado el tema de la ambición y de la revolución del
criollo en Panchito Chapapote (1928), obra calificada por
su autor de «retablo tropical o relación de un extraordinario
sucedido de la heroica Veracruz" con el utilitarismo picaresco
en el que hasta el juez y el alcalde tienen su parte, para
llegar al final dramático de la Revolución en la que el
protagonista Panchito se resiste a morir. La forma de novela y
su dialogo sirven a una especie de comedia pirandeliana. A dos
metros y medio, bajo tierra, un fusilado contesta a los
discursos liberales con una frase negativa de angustia. El
chileno Jenaro Prieto (1880 –1946) es otro novelista humorístico
de vanguardia, con su novela El socio, fantasía sobre los
negocios en la que el protagonista se inventa un socio inglés, a
cuya sombra prosperaba hasta que, harto de tanto elogio al
ficticio genio, finge romper con él, y entonces se ve en la
ruina y es abandonado por todos... Enloquece y exclama: "¡Soy
una mentira... una mentira que ha crecido y tomado cuerpo..! ¡No
hay nada más difícil que matar una mentira!"; y con La casa
vieja (1957), también humorística. Este humorismo, a veces
macabro, lo han seguido otros escritores, como Enrique Araya,
Fabal (Fabio Valdés), Jorge Délano, etc.
Otras novelas dignas de mención: en la Argentina, la
persistencia de la novela de la pampa, como Puerto América,
de Luis María Albamonte, y las de 1959, como El hombre
olvidado, de Rodolfo Falcuini, Ensueño de brujas, de
Alfredo de la Guardia, Garibaldi en Entre Rios, de Amaro
Villanueva, etc. De los modernos narradores mejicanos citaremos
al humorista de Jalisco Juan José Arreola (1918), por su aguda
prosa poemática de Confabulario (1952); Juan Rulfo, que,
«con oscura intensidad de lenguaje», según José Luis Martínez,
presenta un mundo rural, del que se compadece, como en la novela
Pedro Páramo (1955); Rafael Solana, con Sol de octubre
(1959), en la que presenta el amor maduro y el ambiente
metropolitano juvenil de hoy; y otros que gozan de popularidad,
como Carlos Fuentes, con Las buenas conciencias (1959),
en la que nos presenta la crisis familiar de un adolescente en
su adaptación al nuevo mundo revolucionario, etc. De los
chilenos, además de la importante aportación femenina ( Marta
Brunet, María Flo Yáñez, etc.), algunas novelas excepcionales
como El mundo herido (1955), de Armando Méndez Carrasco,
con el duro tema de la lucha por la vida, en la que, por el
camino de la angustia, llegamos a un final de gran ternura, etc.
En el Brasil, las novelas de la selva y de los trabajadores
encuentran grandes intérpretes literarios. José Pereira de Graça
Aranha (1868 a 1931) es la figura más descollante de la primera
mitad del siglo XX. Sus novelas fueron calificadas de "puras
glorias" por Rubén Darío, que citó Chanaan (1902) como
"la mejor novela de estos tiempos". En ella se describe la
penetración alemana en las selvas brasileñas y la resistencia
del medio; aunque su desarrollo está agobiado por cierto
pesimismo romántico, se llega a un final idealista y de fe en el
futuro. Trata de aleccionar a la juventud, orientándola en
distintos problemas, especialmente el racial.
Estos mismos valores han de buscarse en A viagem maravilhosa,
bella narración del despertar y de la lucha política de las
nuevas generaciones. Las mismas notas vibran en Jorge Amado
(1912), vigoroso narrador que supera el naturalismo americano
con agrias prosas que encierran la protesta y la rebeldía
social. Rui Bloem dice que el novelista "está presente em todas
as suas páginas, com o seu temperamento, tal vez o mais forte no
Brasil nos últimos tempos". La naturaleza brasileña es como un
personaje mas de sus libros, en los que encontramos la vida del
trabajador – indio y negro –, que comunica al lector las más
hondas emociones de solidaridad. Sus narraciones no están
exentas de angustiosos horrores, como la novela Jubiabá,
el padre brujo de los negros, así como en las tituladas Suor,
Cacau, Mar Morto, Capitães da areía,
Agonía da noite, etc. En 1959 ganó el Premio de Novela del
Instituto Nacional del Brasil con Gabriela, cravo a canela.
En sus demás prosas, la crítica ha señalado su partidismo
político, como en Luis Carlos Prestes, el Caballero de
la Esperanza, con las novelescas aventuras del gran
agitador. En Terras do Sem Fim (1942), su mejor narración
según Torres Rioseco, parece abandonar sus preocupaciones
ideológicas de partido. Vuelve patéticamente al tema del cacao,
y el primer titulo que en ella encontramos es A Terra adubaba
com sangue, novela de la conquista de las tierras que obliga
a meditar, según Plinio Barreto, "sobre a miseria dos nossos
irmãos do sertão". Cuenta las miserias y grandezas del hombre de
empresa en la batalla por el cacao:
Via aquela terra negra, a melhor terra do mundo para o
plantio do cacau... Via campo cultivado de cacaueiro, as
árbores dos frutos de ouro regularmente plantadas, os cocos
maduros, amarelos. Via as roças de cacau se estedendo na terra
onde antes fora mata. Era belo. Nada mai belo no mundo que as
roças de cacau...
A esta obra siguió São Jorge dos Ithéus, en la que nos relata
vigorosamente la tremenda lucha de los hacendados, grandes y
pequeños, de cacao contra los exportadores del producto. Con
Jorge Amado hemos de referirnos a los novelistas del nordeste
brasileño, que nos muestra el paisaje del sertón: José
Lins do Rego (1901 –1957), que nos presenta vigorosamente el
angustioso tema de las luchas y adversidades en torno a la caña
de azúcar y a la sequía, como en sus novelas Menino de engenho y
la popularísima Cangançeiros (1951); Graciliano Ramos (1892
–1953), con sus novelas de las sequías, en las que describe el
hambre y la opresión en cuadros tétricos: Caelés (1933), Sao
Bernardo (1934), Angustia (1936), y en que sus Memórias do
Cáceres (póstuma, 1953) alcanza todas las dimensiones de su arte
de narrador; Rachel de Queiroz (1910), que incorpora, con
acierto, el papel desempeñado por la mujer en la sociedad (O
Quinze, Caminho de pedras, As tres Marías, etcétera); José
Américo de Almeida (1887), a quien Fred P. Ellison considera
figura clave en el desarrollo de la moderna novela brasileña (A
Bagaceira, Boqueirao, Coiteiros, etc.); Carolina Nabuco (Chama e
cinzas, 1947); Clarice Lispector, etc. Como expresión e
intérprete de la cultura del Nordeste que representan los
novelistas hemos de citar al gran escritor Gilberto Freyre
(1900) que, con Nordeste, nos presenta (aspectos de la
influencia de la cana sobre la vida el paisaje del nordeste del
Brasil. Es un verdadero estudio ecológico y sociológico, que
relaciona la caña con la malta, la tierra, el agua, los animales
y el hombre. Otras importantes obras del mismo autor son
Sobrados e Mucambos y Sociología (1945). Destaquemos Erico
Verissimo (1905), cuya personalidad intelectual constituye uno
de los mas positivos valores del Brasil contemporáneo (Clarissa,
Un lugar ao sol, O continente, Gato preto em campo de neve, El
tiempo y el viento, etc.). Con Arquipélago (1958), en una
especie de ambiciosa imaginación, nos presenta varias familias
de la historia le Río Grande do Sul. Contrasta medios
geográficos y esfuerzos humanos, realidades y posibilidades en
Un paralelo. Brasil –Estados Unidos (1947), y alcanzó gran
popularidad su novela El retrato (1931).
Brillantes narradores y ensayistas son también J.·B. Monteiro
Lobato (1882 –1948), cultivó la literatura infantil, las
interpretaciones de lo nacional brasileño y de lo extranjero.
(Mr. Slang e o Brasil, O choque dos razas, etc., y que ha creado
tipos simbólicos del pueblo del Brasil, como Juan Pereira
personaje del libro Urupés Jeca Tatú, verdadero símbolo
del país, el mono que se hizo hombre; y cuentos inolvidables (Contos
leves, Contos Pesados, 1940) ; Malba Tahan. (Julio César’ de
Mello e Souza, profesor que conjuga ciencia e imaginación en
obras de gran popularidad (Matemática divertida e fabulosa,
Diabruras, da Matemática, etc.) con las que, según Paulo Rónai,
"prestou notável serviço nao somente a literatura para
adolescentes, como tamben as letras em geral, pois conseguíu
criar, como poucos escritores nacionais, um público numeroso e
entusiasta".
La producción de los autores iberoamericanos ha sido muy escasa
en el género dramático. La carencia de compañías nacionales y de
movimiento escénico en la mayoría de los piases ha hecho
insignificante In vida teatral – –salvo determinadas épocas en
las capitales argentina, mejicana y brasileña –. El drama
gauchesco, que, como hemos visto, tanto auge había alcanzado en
los ríoplatenses, acabó, con su mediocridad, por atraerse el
menosprecio de las esferas cultas.
En Buenos Aires, desde el citado triunfo del uruguayo Florencio
Sánchez, el teatro se intelectualizó. Los bonaerenses, que ya
habían sido espectadores del mejor teatro europeo en brillantes
temporadas, conocieron ahora una época dorada –las dos primeras
décadas del siglo XX la proliferación de estrenos y hasta de
teatros rioplatenses, como los de los actores Podestá, dedicados
a popularizarlos. La zarzuela española tuvo su versión porteña,
u Nemesio Trejo, un payador de arrabal, se trocó enlosador de
hechos y tipos. Enrique Buttaro, Carlos M. Pacheco, Alberto
Novión y Alberto Vacarezza triunfan con sus piezas autóctonas
sobre el bajo pueblo. En lo que pudiéramos llamar alta comedia,
la lista de nombres se hace interminable: Roberto J. Payró,
Gregorio de Laferrére, David Peña, Nicolás Granada, Víctor Pérez
Petit, José León Pagano Enrique García Velloso, Alberto Ghiraldo,
Julio Sánchez Gardel, Pedro E. Pico, José González Castillo,
Vicente Martinez Cuitiño, Otto Miguel Cione, etc. A la crítica
de Joaquín de Vedia y de Juan Pablo Echagüe (Jean Paul),
exigente a veces, siguió la correspondiente a una época de
madurez. En 1920, Samuel Eichelbaum, nacido en 1895, con su obra
inicial La mala sed, abre una producción densa de valores
psicológicos. El teatro rioplatense se enriquece con las
exaltaciones rebeldes de Rodolfo González Pacheco con los
expresionismos de Francisco Deffilipis Novoa, las comedias
evocativas de Arturo Capdevila, los poemas dramáticos, como
Ollantay, del gran maestro Ricardo Rojas; las deliciosas piezas
sociales, como Los hijos crecen, de Darthés y Damel; las farsas
dramáticas, como El teatro soy yo, de César Tiempo, famoso
periodista y poeta que dirige la Colección Teatral Apolo, etc.
Sólo faltó al teatro argentino reconocimiento y estímulos
gubernativos; pero contra el estancamiento exclusivamente
comercial se alzaron los teatros libres y los experimentales,
que, estimulados por las minorías selectas, llegarían a
extenderse más modernamente por los barrios populares y hasta a
suministrar directores, actores y autores a los teatros
comerciales en las crisis de los últimos años. El primero en
importancia fue el Teatro del Pueblo, que dirigió Leónidas
Barleta, con sus novedades vanguardistas y con la
representación, a titulo póstumo, de la obra dramática de
Roberto Arlt, en cuyo diálogo, de poderosas síntesis,
advirtieron los críticos un prenuncio kafkiano. Divulgaron un
teatro juvenil artístico que proliferó en número y calidad hasta
constituir, en estos años, un importante bastión para La defensa
del teatro, con instituciones, publicaciones y asambleas. Estos
teatros independientes han dado nombres de ,gran prestigio
actual, cuyas comedias y farsas representan importantes
expresiones artísticas de la originalidad teatral: Julio
Invertí, el binomio Devoto – Sábato, Aurelio Ferretti, Atilio
Betti, E. Blanco –Amor, Alberto M. Oteiza, Marta Lehmann,
Osvaldo Dragún, Bernardo Canal Feijoo, Carlos Gorostiza, Agustín
Cuzzani, Antonio Pagés Larraya, Rodolfo Kush, Juan Carlos
Ferrari, Eduardo Peyrou, Basilio Sosa, Manuel Kirsch, Conrado
Nalé Roxío, Vicente Barbieri, Pablo Palant, Abelardo Arias,
Darío Cossier, Juan Carlos Gené, Marco Denevi, Alberto Zabalía,
Juan Carlos Ghiano, etc. Como muestra del movimiento teatral
argentino moderno, recordemos que en 195ñ se estrenaron ochenta
y ocho comedias. Pero en los años siguientes se registra una
franca decadencia: escasez de autores noveles, actores
desempleados, cierre o demolición de teatros, muchas
traducciones, etc. Las actividades se refugian, al parecer, en
los grupos juveniles de los teatros independientes, o bien se
inician hacia la televisión. Mientras tanto, del lado uruguayo
la Comedia Nacional, impulsada por directores tan expertos como
Margarita Xirgu u Orestes Caviglia, reponían obras de
prestigiosos autores uruguayos junto a otros nuevos: Ernesto
Herrera, Juan León Bengoa, Fernán Silva Valdés –el veterano
creador del nativismo triunfó en 1952 con la leyenda gauchesca
Santos Vega, convertida en misterio – Yamandú Rodríguez, Justino
Zavala Muñiz, Héctor Plaza Noblía, Carlos Salaño Campos, Roberto
Fabregat Cuneo, Elzear de Camilli, José M. Delgado, Angélica
Plaza, María de Montserrat, Sarah Bollo, Olga Blanco Dasso,
Julian A. Rey, Juan C. Patrón, Antonio Larreta, Ángel Rama, etc.
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En Méjico, el teatro ha mostrado también gran actividad. El
primer impulso importante lo dio José Vasconcelos desde el
Ministerio de Educación. En 1923, el Ayuntamiento de la capital
creó el Teatro Oficial. En In última década han destacado el
Teatro Universitario, dirigido por el autor guatemalteco Carlos
Solórzano, y, anteriormente, el Teatro de Medianoche, fundado
por Rodolfo Usigli (1905), especializado en estudios escénicos
en la Universidad de Yale y que estrenó obras de gran
importancia: la pieza antihistórica Corona de sombra (1943), con
el tema de Maximiliano y Carlota a uno y otro lado del Atlántico
planos que se nos dan en doble escenario de realidad y ficción;
El gesticulador (1947), arrogante denuncia de los males de la
revolución; El niño y la niebla (1951), Jano es una muchacha
(1952) etcétera. Los dramaturgos mejicanos han sabido ganarse el
interés mundial. Citemos a Xavier Villaurrutia, Agustín Lazo,
Luis C. Basurto, Sergio Magaña, Emilio Carballido, Jorge
Ibargüengoitia, Luisa Josefina Hernández, Luis Moreno, Federico
S. Inclán, Wilberto Cantón, Hugo Argüelles Cano, etc. Entre los
críticos mejicanos, Armando de María y Campos y Antonio Magaña
Esquivel. El Festival de Teatro de 1958, que dirigió el
dramaturgo Celestino Gorostiza, constituyó un éxito
hispanoamericano. Las manifestaciones teatrales en los demás
países hispanoamericanos, aunque no muy abundantes, presentan
ejemplos interesantes. En el Paraguay se han llevado a la escena
los temas guaraníes; en Venezuela han probado fortuna en el
teatro poetas y novelistas, como Ida Cramcko, Rafael Pineda,
Roman Chalbaud, Alí Lasser, Aquiles Certad, etc.; en Colombia,
Víctor Mallarino (director de la Escuela de Arte Dramático de
Bogotá), Luis Enrique Osorio, Oswaldo Díaz, Antonio Álvarez
Lleras (iniciador del moderno teatro colombiano con obras de
gran éxito como El virrey Solís y Como los muertos, que llegó a
centenaria en Bogotá); en Bolivia, los monólogos y comedias
naturalistas de tipo satírico: en Ecuador se pasó de los dramas
ideológicos del siglo XIX al drama criollo costumbrista y al
áspero teatro social de los novelistas, como Demetrio Aguilera
Malta con su Trilogía ecuatoriana (1959); en Nicaragua, Pablo
Antonio Cuadra fomenta la restauración teatral; en Perú se ha
pasado a una agria interpretación del problema social e
indígena, y entre sus autores podemos citar a Percy Cibson
Parra, Juan Ríos, Bernardo Roca Rey, Sebastián Salazar Bondy,
Enrique Solary Swayne, etc.; en El Salvador, la gran figura de
Walter Beneke, con su aguda e irónica comedia de la vida
americana, como EI paraíso de los imprudentes (premiada en París
en 1958) y Funeral Home (1959) y la de Arturo Menéndez. con La
ira del cordero, etc.: en Puerto Rico. Francisco Arriví y René
Marqués siguen una orientación social, que, como en La víspera
del hombre (1959), de René Marqués, alcanza gran valor
intelectual; en Cuba, a los célebres populares sainetes han de
agregarse ahora piezas de más profundidad humana, de Luis A.
Baralt, Carlos Felipe, Renée Potts, Marcelo Salinas. José Cid,
etc.; en Chile hay autores teatrales muy notables, como Antonio
Acevedo Hernández con un drama rural profundo; Armando L. Moock
(muerto en 1943), escribió unas veinte comedias muchas de ellas
estrenadas en la Argentina, a cuyo teatro estaban incorporado
que fueron conocidas en los escenarios de España y del
continente americano de habla española, como Rigoberto, en la
que nos muestra un gran carácter: el tímido, dominado por las
mujeres de su casa; Daniel de la Vega, Víctor Domingo Silva,
Sergio Vodanovic, Julio Asmussen Urrutia, Isidoro Basis Lawner,
Luis Alberto Heiremans, Manuel Rojas, Isidora Aguirre Fernando
Josseau, Fernando Debesa, etcétera. En la actividad teatral
chilena hemos de destacar la importancia de los teatros
experimentales el de la Universidad de Chile, fundado por Pedro
de la Barra y que ha dado a conocer obras del siglo pasado, como
]as de Daniel Barros Grez, y otras modernas, como las de María
Asunción Requena; y el Teatro de Ensayo de la Universidad
Católica, fundado por Pedro Mortheiru, gracias al cual son
conocidos algunos valores nuevos, como Gabriela Roepke. En el
teatro brasileño triunfan también algunos dramaturgos notables,
como Jurazy Camargo, que alcanzó cierta universalidad en Deus
lhe pague; R. Magalhaes Junior (nacido en 1007), que, desde
193G, obtiene numerosos premios teatrales con piezas de tema
histórico y costumbrista, como Carlota Joaquina, A familia Lero
Lero, Cançao dentro de pao, O Imperador galante, Um judeu y
otras de gran éxito. Magalhaes Junior es también un destacado
periodista y ensayista y actualmente director de la Sociedad
Brasileña de autores Teatrais. En dramaturgo brasileño que
triunfa hoy en Sudamérica es Paschoal Carlos Magno, iniciador y
animador de los Teatros de Estudiantes del Brasil, y gracias a
cuyo entusiasmo han surgido ilustres nombres de actores
nacionales.
De las últimas modalidades del teatro brasileño han llegado a
Europa algunas obras. Las de Pedro Bloch – que recuerdan las del
norteamericano O’Neill – han sido muy discutidas como teatro de
minorías. Las manos de Eurídice, obra de un solo
personaje, en medio de transiciones psicológicas, presenta un
caso patológico. Este drama se multiplica en Los enemigos no
mandan flores, que gira en torno a una mujer fea y a un
contrabandista que, pese a su oficio, es un retrasado mental.
Como obras psicológicas son estáticas, aunque en su expresión no
cae Bloch en idealismos ni sentimentalismos expresivos. En l960,
en Brasilia, madame Morineau, procedente del elenco francés de
I.ouis Jouvet, representó La sonrisa de piedra, le Bloch.
En esta obra habla un solo personaje, aunque hay en escena tres
más que permanecen callados. A esta siguieron otras piezas de
Bloch: Se busca una rosa, El problema, etc.
Autor de indudable mérito, promotor de ideas críticas e
inquietudes es Guilherme Figueiredo, cuyas obras En mi casa
durmió un dios, La zorra y las uvas y Tragedia para reír
alcanzaron un extraordinario éxito.
El humorista Millor Fernández (Vao Gogo), cuyas obras han
sido editadas por Civilizaçao Brasileira (1908), es autor de
notables piezas escénicas, como Uma mulher em tres atos,
Do Tamanho de um defunto, Bonito como um Deus,
Gaviota, Porque me ufano do meu País, etc. La va citada
novelista Rachel de Queiroz ha cultivado también el teatro, y
con a Beata María ganó, en 1959, el premio correspondiente a
este género, del Instituto Nacional del Libro del Brasil.
Jorge Andrade ha alcanzado gran éxito con una comedia sobre una
plantación de café en Sao Paulo: A Moratória , editada en
Río de Janeiro con un prefacio de Décio Almeida Prado, y cuyo
tema es la crisis cafetera de 1929 a 1932. Traducida al inglés
por Donald Robinson, ha sido representada en el ‘Teatro Eldred
de Cleveland.
Respecto a la actividad teatral brasileña de los últimos años,
hemos de mencionar el I Festival del Teatro Amateur (publicado
en "Teatro Moderno", Río de Janeiro, 1957), en el cual se repuso
Auto da Compadecida, de Ariano Susana y se presentó
Sortilegio, de Abdias Nacimento (ambas piezas, religiosas:
la segunda, del teatro negro). Citemos también A grande
stiagem, tragedia rural de Isaac Gondim Filho; el Premio de
Teatro Artur Azebedo, la Academia Brasileña, ganado por Acioli
Neto con Helena fechou a porta, etc. Galante de Souza
ganó el Premio Sul America del Instituto Brasileiro de Educaçao
al mejor estudio de teatro (Teatro no Brazil, 1957).
En líneas Generales, el teatro iberoamericano no ha seguido, en
su desarrollo, el ritmo de la poesía y de la novela. Sin
embargo, los impulsos que va recibiendo últimamente en los
distintos países hacen suponer que no transcurrirán muchos años
sin que consiga su madurez. Las agrupaciones juveniles han
tratado y tratan, sin desmayos, de llenar con su vocación y
entusiasmo teatrales el vacío que dejan la falta de tradición
escénica y las posibilidades económicas.
Este teatro iberoamericano ha despertado en los Estados Unidos.
Son ya numerosas ediciones universitarias de sus obras anotadas
en inglés, y hay estudios de sus dramaturgos, algunos tan
notables como los de Willis Knapp Jones, de la Universidad de
Miami.
En Filosofía, el continente americano no ha encontrado aún
autores sistemáticos. Como grandes tratadistas hemos de citar al
mejicano Antonio Caso, el argentino Francisco Romero y a algunos
otros expositores de teorías de otros filósofos, como los
peruanos Francisco García Calderón, Víctor Andrés Belaúnde y
Alejandro Deustúa; los mejicanos Adelardo Villegas y F. Hugo
Rodríguez Alcalá; el uruguayo Carlos Vaz Ferreira; el brasileño
Farías Brito y los argentino Alejandro Klorn y José Ingenieros.
El ensayo iberoamericano se ha desarrollado notablemente. El
pensamiento, desde la aparición del Ariel de Rodó, ha
adquirido personalidad en los países americanos, como Siete
ensayos de interpretación de la realidad peruana, de José
Carlos Mariátegui, El libro de las ideas, del boliviano
Fernando Díez de Medina; La interpretación pesimista de la
sociología hispanoamericana, del Venezolano Augusto Mijares; Una
doctrina de la venezolanidad (sobre Mario Briceño Iragorry), de
Ramón Losada Aldana; Venezuela, un país en transformación, de
Arturo Uslar Pietri; Imparcialidad del destino americano, de
Juan Oropesa; Guatemala, Las líneas de su mano, de Luis Cardoza
y Aragón; Laberinto de la soledad, del citado poeta
Octavio Paz; El increíble fray Servando, del veterano escritor
Alfonso Junco, también mejicano, etc. A veces, maneras de ser se
descubren en libros de imaginación, como en la novela El
Cristo de espaldas, del colombiano Eduardo Caballero
Calderón, o en los propiamente intelectuales, como los de Germán
Arciniegas.
Examinemos ahora, aunque brevemente, los grandes prosistas de
nuestro tiempo. Podemos considerar como una protoexpresión del
pensamiento hispanoamericano al escritor mejicano José
Vasconcelos (1882 –1959), el cual dio toda su significación al
vocablo criollo y entendió lo hispanoamericano como suma de
razas: "Desgraciadamente – dice –, yo no tengo sangre pero cargo
una corta porción de sangre indígena, y creo que a ella debo una
amplitud de sentimiento mayor que la de la mayoría de los
blancos y un grano de una cultura que ya era ilustre cuando
Europa era bárbara". Hombre de acción, su labor al frente del
Ministerio de Educación Nacional de Méjico (1920 –1925) fue
extraordinariamente dinámica y llena de comprensión, y ha de
considerarse como fundamental en la iniciación de la cultura de
toda Hispanoamérica, por sus numerosas iniciativas en todos los
órdenes. Una vez terminada su misión ministerial, refugióse en
un periodismo intelectual y combativo – La Antorcha es
cita obligada del pensamiento americano –, y ante el agresivo
aislamiento político en que hubo de vivir, inició sus viajes de
conferenciante por Europa y América. En ellos tuvo que
enfrentares con problemas tan espinosos como la ocupación de
Puerto Rico por parte le Norteamérica. Pero reconoce la grandeza
del coloso del Norte, y no sólo en su aspecto material: "Si los
yanquis fueran no más Calibán, no representarían mayor peligro.
Lo grave es, lo grave para nosotros es que también nos suelen
superar con el espíritu". El viejo liberal se lamenta de las
persecuciones de que fue objeto el catolicismo en su país, y de
que no se comprenda la gran fuerza que representa para la
cultura: "Un catolicismo depurado sería un auxiliar
irremplazable". Desde el punto de vista hispanoamericano vio la
realización de Iberoamérica como "una empresa que requiere la
colaboración de todos los pueblos de la tierra", y "el comienzo
de un ciclo nuevo en la historia del mundo". En este
iberoamericanismo no sólo entran negros, indios y sus mezclas,
sino también el mismo sajón. Vasconcelos se pronuncia por el
mestizaje como posible creador de culturas y civilizaciones
distintas de las actuales, al decir que "nuestra mayor esperanza
de salvación se encuentra en el hecho de que no somos una raza
pura, sino un mestizaje, un puente de razas futuras, un agregado
de razas en formación: agregado que puede crear una estirpe más
poderosa que las que proceden de un solo tronco". Esto afecta
también, como es natural, a los inmigrantes de los Estados
Unidos, donde resucita más patente el dominio ejercido por una
minoría blanca sobre todas las restantes, mucho más prolíficas.
Vasconcelos ha planteado también todos los problemas y
conflictos de América dentro de su propio continente como, por
ejemplo, el peligro de un choque del Norte sajón con el Sur
hispano. Trata de dar con el ideal, y en su exposición teórica
acoge los problemas materiales (la necesidad criolla de trabajar
de prisa la tierra para que no siga ganándola el trust
devorador). Pero es optimista, y considera que América tiene que
cumplir tareas mesiánicas: La raza cósmica e Indología
(1926); y hace magníficas y personales interpretaciones de lo
mejicano en su famoso Ulises criollo (1936) y en La
flama. Los de arriba de la Revolución (póstuma,
1959), importante autobiografía. Los avisos y diatribas
endurecieron al Intelectual del "optimismo estólido" (así tituló
el epílogo de su Breve historia de México, aparecida en
Madrid en 1952). Otra gran figura es Alfonso Reyes (1889 –1959),
el gran humanista contemporáneo y mejicano universal procedente
del grupo del Ateneo o del Centenario de Méjico. Cultivó la
filología y la crítica en el Centro de Estudios Históricos de
Madrid, y es el más famoso y riguroso investigador de
Iberoamérica. A sus libros de erudición literaria, como El
deslinde (1944), han de unirse sus ensayos más cercanos a lo
puramente imaginativo, como Visión de Anáhuac (1917), o
las crónicas de su Epoca de diplomático en la Argentina y
Brasil, o las memorias que, con el titulo de Parentalia,
empezó a escribir en 1958 en homenaje a su familia. Reyes fue
uno de los grandes maestros de las letras hispanas por su
elegancia, claridad de pensamiento y admirable capacidad de
trabajo. Creía en un nacionalismo que estuviera atento a lo
universal. Junto a Alfonso Reyes ha de considerarse, como a otro
notable humanista, al dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884 a
1946), que realizó una importante labor en la critica y técnica
literarias. Estudió la versificación irregular en la poesía
castellana, la cultura y las letras coloniales en Santo Domingo,
etc. Obra imprescindible para el planteamiento intelectual de la
americanidad es Seis ensayos en busca de nuestra expresión
(1926), que nos lo muestran como un profundo conocedor de los
países de habla española y de sus formas de sentir y pensar. En
1a literatura de creación constituye un ejemplo su tragedia
clásica El nacimiento de Dionisos.
En 1a imposibilidad de citar a todos, y a manera de ejemplo
conspicuo, mencionemos al venezolano Mariano Picón Salas (1901)
que ha dado luminosos ensayos, como De la conquista a la
Independencia, de gran influencia en la juventud
hispanoamericana, y otros interpretación, como Comprensión de
Venezuela, Crisis, cambio y tradición, Regreso de tres
mundos (1959), etc. Picón Salas se ha mostrado como un
artista de la prosa en sus novelas históricas y biografías
(La odisea de Tierra Firme, Miranda, Pedro Claver,
el santo de los esclavos, Los dias de Cipriano Castro,
valioso documento de la angustia venezolana, etc.). o en sus
novelas existencialistas, como Los tratos de la noche, en
que ahonda humanamente en la transformación de Caracas en una
ciudad babélica o en las intimistas como Viaje al amanecer.
Conclusión. Respecto a la literatura brasileña, Jorge Amado, en
abril de 1960, contestaba a la pregunta de la revista A Seara
Nova de si creía en una cultura común lusobrasileña. Su
respuesta fue negativa, pues, según él, el término es sólo una
ficción sentimental. Afirma la existencia de dos culturas
independientes. Sin negar 1a portuguesa, señala los nuevos
elementos, como el del negro, en la brasileña. A ambos lados del
Atlántico es mutuo el interés de ambas civilizaciones. También
en 1960 se inauguró en Lisboa el Instituto de Estudios
Brasileiros, con Victorino Nemésio como primer director, y con
Thiers Moreira como profesor visitante. Posiblemente puede
aplicarse esto también a Hispanoamérica, cuyos escritores, en
los últimos tiempos, han atraído la atención de los españoles y
hasta influido en algunos de ellos. Los críticos
hispanoamericanos en los últimos años, como indicamos al
principio, han cambiado el entusiasmo patriótico por cierto
rigor en el juicio: He aquí un ejemplo colombiano: Gabriel
García Márquez llega a conclusiones no muy optimistas, respecto
a los más famosos escritores de nuestros días, en un articulo
que titula Una frustración nacional ("literatura de hombres
cansados", que supone "un fraude a la nación", en El Espectador,
Bogotá, 12 – VI – 1960). Quizá no resulte justo ni exacto decir
que no surgen nuevos escritores en la proporción en que
desaparecen los prestigiosos, pero la escasez de noveles es
indudablemente una realidad. El teatro y su agonía puede ser el
ejemplo más visible. El mejicano, que es el que mantenía un auge
nacional más destacable, parece languidecer lamentablemente.
María Teresa Montoya, que tanta gloria ha dado al teatro, en
sinceras declaraciones, se lamenta de la decadencia teatral. |
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