LITERATURA IBEROAMERICANA DEL SIGLO XX

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Prosa Iberoamericana de la primera mitad del siglo XX

 

 

En la primera mitad del siglo XX, la prosa criolla ha añadido nuevas páginas al acervo común de la novela. La producción novelística ha aumentado progresivamente. Según el testimonio de los eruditos Englekirk y Wade, en poco más de cien años, unos 250 escritores la han cultivado en Colombia. Valga esto como ejemplo en un país iberoamericano. Aquello que en el siglo XIX era una página regional del realismo hispano o lusitano ha conducido, en el XX, a la novela terrígena o nativista. La novela, como documento local, señala los diversos regionalismos dentro de cada país. No es lo mismo la prosa de una novelista de la región pampera o araucana, que la de aquel que la cultiva en el ambiente patagónico de la Tierra del Fuego, aunque ambas regiones están bajo la misma bandera. Típico de la prosa criolla es un descarnado realismo, que se armoniza con una estructura poemática. La renovación de la prosa encuentra su primer estadio en 1915, como deformación de un extenso corpus de motivos, escenarios o tipos; los años siguientes resultan de buceo en profundidad, para descubrir esencias a, según Jorge Bogliano. El primer gran prosista del criollismo fue el uruguayo Horacio Quiroga (1878 –1937), que, trabajando en la región misionera del nordeste argentino, conoció la vida dura del hombre en la selva y la de sus acechantes y peligrosas fieras. Sus excepcionales dotes de cuentista dan una suma eficacia y precisión a sus cuentos de amor, de locura y de muerte (1916), de la selva (1918) y de tantos otros, como Anaconda, Los desterrados, La gallina degollada, etc. El cuento A la deriva (un hombre mordido por una serpiente venenosa se traslada en su canoa, río abajo, agonizante, hasta la población más cercana) finaliza así: 

 

...El hombre que iba en ella [en la canoa] se sentía cada vez mejor y pensaba, entretanto, en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex-patrón... ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso. Sí, seguramente.

De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración...

A1 recibidor de maderas lo había conocido en Puerto 

Esperanza. Un viernes santo... ¿Viernes sí, o jueves... El hombre estiró lentamente los dedos de la mano. –Un jueves...

Y cesó de respirar.

 

José Eustasio Rivera nace en Neiva, Colombia, en 1889 y muere en Nueva York el 1 de diciembre de 1928. Fue maestro normal en 1909 y doctor en derecho por la Universidad Nacional de Bogotá en 1917. Después de ser diputado al Congreso desempeñó el cargo de inspector del gobierno en las explotaciones petrolíferas de la región del Magdalena y, posteriormente, formó parte de la comisión delimitadora de fronteras entre su país y Venezuela. Estos cargos lo llevaron de nuevo a la misma selva que había sido fronteriza con su ciudad natal y es esta selva lo que inspira la creación literaria del autor, recuperando en él las raíces de su infancia y la fantasía de su juventud. 

Su primera obra es un libro de poemas (1921), Tierra de promisión, con la que alcanza cierta notoriedad. Pero es su segunda y última obra, La vorágine, la que hace de Rivera un clásico de la narrativa realista premágica, hasta el punto de ser considerada por muchos como la gran novela de la selva latinoamericana. Aunque la prosa criolla contaba con excelentes narradores costumbristas, fue el colombiano José Eustasio Rivera el que llevó a su cima la novela criolla, punto de partida de una novelística magistral. 

La vorágine es una gran poesía en prosa de las selvas caucheras del Río Negro o Guainía y de las tierras de Casanare, Cáqueza o Villavicencio. La Naturaleza se siente latir, imponente y devoradora, en todas sus páginas. Miles de caucheros perecieron en aquellas selvas. Hombres opresivos y esclavizados. Fiebres, hambres, impotencia y desesperación. Una gran vivacidad dinámica justifica el titulo. Arturo Cova, el protagonista, nos refiere autobiográficamente su evasión con Alicia, a la que ha raptado, y su trágico final. El infortunado epifonema que cierra la obra es como la efigie y la síntesis de toda ella: ¡Los devoró la selva! Además, encierra la demanda social, dirigida al gobierno de Bogotá, en favor de los productores del caucho subyugados por los hombres de presa. Pero los detalles patéticos de la narración hilvanan literalmente la lucha por sobrevivir en la selva y ellos constituyen su mejor mérito: Aquí los responsos son los sapos hidrópicos, las malezas de cerros misántropos, los rebalses de caños podridos. Aquí la parásita afrodisiaca que llena el suelo de abejas muertas, la diversidad de flores inmundas que se contraen con sexuales palpitaciones y su olor pegajoso emborracha como una droga... Aquí de noche voces desconocidas, pausas consternadoras, silencios fúnebres. Es la muerte que pasa dando vida. El zumbido de la pava chillona, los retumbos del puerco salvaje, las risas del mono ridículo. Todo por el júbilo breve de vivir unas horas.

Años después de La Vorágine de José Eustasio Ribera (Bogotá, 1924) apareció otra narración cauchera, también de un colombiano: Toá (1933), de César Uribe Piedrahiata (1897 a 1951), cuyos magistrales relatos han considerado algunos críticos superiores a los de Rivera. 

La acción se desarrolla en una hacienda situada en las faldas del volcán Paracé, y describe el terror y los peligros de la selva y de los ríos malditos, Orteguaza, Putumayo, Caquetá, Yguarí, etc. – a través de un inspector de las caucherías colombianas. Como libro nacional colombiano, Toá representa el esfuerzo por mantener una bandera y un comercio, y la lucha de los caucheros contra la piratería extranjera, contra el indio y contra la Naturaleza que le son hostiles. Es la angustia de un país por conquistar una tierra rica pero difícil. Uribe llega en sus descripciones naturalistas a manejar un gran estilo, a veces grotesco pero en ocasiones de un gran lirismo (Toá era hija del agua "había nacido de la cópula del río con la selva", sus cabellos "olían al aceite de Guichilu aromatizado con el jugo de suquisuru, y era su boca como, las piñas perfumadas del Senseyac"). 

Otro novelista hispanoamericano destacado en el siglo XX es Rómulo Gallegos (n. en Caracas 1884 y m. En 1969, Caracas). Hombre en plena etapa de madurez creadora (Austral, en Doña Bárbara, B. A., 1962, donde se dice "nacido en Caracas en 1899"), empieza desde muy joven a hacerse notar en el campo de las letras. Su primera novela, Reinaldo Solar, data de 1921. Ella lo consagró plenamente ante el público venezolano, y la crítica le señaló como el más firme valor de la nueva generación. En 1925, la publicación de La trepadora reafirmó y consolido su prestigio dentro de las fronteras patrias; pero es solamente cuatro años más tarde, cuando las prensas españolas lanzan a la publicación Doña Bárbara, cuando el nombre de Gallegos adquiere una amplísima repercusión en todos las capitales del mundo de habla española. En Madrid como en Buenos Aires, en La Habana igual que en México, registróse como un suceso importante la aparición de un libro que libertaba la inspiración americana de toda actitud servil frente a las literaturas europeas. Cantaclaro, Canaima y Pobre negro aparecen a continuación. Como muy bien dijo uno de sus críticos, Gallegos ha llegado a un grado tal de maestría, que entre sus obras hay campo para la referencia, pero no para regatearle a ninguna la más encendida admiración. 

Escritor, pedagogo (desde las aulas del Liceo de Caracas) y político. Vivió exiliado voluntariamente en España (1931 –36) para eludir la senaduría que le ofrecía Juan Vicente Gómez. Regresó a la vida política venezolana a la muerte de éste siendo ministro de Instrucción Pública (1936) – diputado nacional (1937 –40). Coadyuvó a la fundación del partido Acción Democrática (1941) y en 1948 ocupó la Presidencia de la República, cargo que desempeñó pocos meses, pues fue depuesto por el golpe de Delgado Chalbaud. Vive después exiliado en Cuba y Méjico, volviendo a Caracas a la finalización de la dictadura de Pérez Jiménez en 1958. 

En literatura Rómulo Gallegos no sólo trata temas hispanoamericanos, sino que sus personajes y sentimientos son sencillamente criollos. Su novela DoñaBárbara (Barcelona, 1929), pese a ser típicamente criolla y no salir de llano y de los límites de El Miedo y de Altamira, alcanza indiscutible universalidad y la categoría de novela clásica americana. Gallegos desarrolla su narración escueta y sobriamente, sin descender al detalle sentimental. Los hechos se nos dan a conocer inesperadamente. Por un detalle intranscendente conocemos un hecho fundamental. Uno de los personajes del libro es el Llano, extraordinario e impasible ("¡la tierra de Dios para el hombre de los demonios! "). Se personaliza en doña Bárbara, feroz y tierna, la hembra del río impulsada por la violencia. Luzardo, el protagonista ejerce una tenaz acción civilizadora sobre el llano y sobre la hembra bravía que pasa de su perversidad (odia a los hombres, cuya crueldad sufrió en su infancia) hasta la generosidad maternal. Doña Bárbara es la barbarie, y la inocente niña Marisela, el alma de la raza "abierta como el paisaje a toda acción civilizadora". Otros personajes significativos son Lorenzo Barquero, el criollo devorado por la sensualidad y el alcohol; el yanqui Mr. Danger, figura tendenciosa del extranjero colonizador; Ño Pernalete y su secretario Mujiquita, símbolos de la ignorancia despótica y de la mediocridad, respectivamente, etc. Es un libro seco, sin halagos de estilo, pero lleno de emoción. Gallegos dedicó también a la llanura Cantaclaro, cuyo protagonista es una antítesis de Luzardo. Florentino Quitapesares, criollo borrachín, juerguista y donjuanesco, no pudo dominar el Llano y se lo llevó el diablo. 

La mejor novela de Rómulo Gallegos es Canaima, narración poemática, que adquiere el valor de una sinfonía barroca llena de disonancias y constituye un estallido de fervor naturalista en breves capítulos que son como estampas del Orinoco, el río que preside el dios feroz de guaicas miquiritares. Lo personaliza Marcos Vargas, el valeroso protagonista rionegrero que se siente atraído por la "perspectiva alucinante" del río y de la selva. En estas novelas, la naturaleza estática o dinámica, como la tormenta, dotan a las escenas de un realismo y sobrecogedor. En 1958, con La doncella y el último patriota, Rómulo Gallegos ganó el Premio Nacional de Literatura. 

Otras novelas: Reinaldo Solar (1920), La trepadora (1925), Pobre negro (1937), Sobre la misma tierra (1944, La brizna de paja al viento (1952; cuentos: Los aventureros (1913), La rebelión y otros cuentos (1947), Cuentos venezolanos (1954); ensayo: Una posición en la vida (1954). 

 
 

El gaucho, que había culminado en el Martín Fierro en un fecundo ciclo poético, se popularizaba ahora en la prosa. Las narraciones del "gaucho malo" culminaron con Juan Moreira, de Eduardo Gutiérrez (1853 –1890). Otros argentinos y uruguayos escribieron narraciones análogas. La obra de Gutiérrez sirvió de punto de partida para el teatro gauchesco rioplatense. 

En 1926, con la publicación de non Segundo Sombra del argentino Ricardo Güiraldes (1886 –1927), el gaucho se impone de nuevo en las letras. Del conocido en el XIX queda nada más que lo esencial. Güiraldes ya había publicado Raucho y Xaimaca, entre otras obras y que mostraba aspectos vanguardistas, dio con Don Segundo Sombra la novela de la pampa con el viejo gaucho, cuya personalidad atrae a Fabio, un muchachito que lo sigue fielmente y que a su lado aprende el oficio de hombre de campo, hasta que, beneficiado por una herencia, se ve obligado a abandonar a su mentor y su vida de libertad. Con Don Segundo aprendió "los saberes del resero, las artimañas del domador, el manejo del lazo y las boleadoras, la difícil ciencia de formar un buen caballo para el aparte y las pechadas... ". Los personajes están tomados de la realidad, pero, gracias a su elaboración artística, alcanzan categoría de símbolos. Su magnífico estilo se distingue por la expresividad en la descripción del paisaje y le los estados de ánimo y la originalidad de sus metáforas. Don Segundo Sombra es la última expresión del gaucho, cuando la materialización de la vista argentina, desde 1890, había disminuido considerablemente su popularidad. 

Un gran ejemplo uruguayo en la literatura gauchesca es Enrique Amorím(1900 –1960), con El caballo y su sombra (1939), cuyo argumento contiene una acción paralela. desarrollada con viva sensibilidad: la mujer del gaucho que da a luz 11n hijo del amo, y la yegua zaína, cuya cría tiene por padre a un caballo de linaje. Don Ramiro, gaucho viejo y ciego, es un personaje profundamente humano. Esta novela plantea otro problema: la inmigración. Los pobres inmigrantes europeos (a tofos los llaman rusos, son. como los criollos, víctimas de los latifundistas). En esta obra, como en EI paisano Aguilar, Tangarupá, Corral abierto, etc., presenta la transformación del campo 1 los problemas actuales del hombre uruguayo. Amorím se distingue también por sus imágenes y metáforas, llenas de viveza y humor gaucho. Anterior a estas novelas apareció Raza ciega (1927), del también uruguayo Francisco Espinosa (1901), vigoroso prosista. 

La novela gauchesca evoluciona hacia el criollismo en otras narraciones como en EI ingles de los güesos (1924), de Benito Lynch (l885 –1952), que nos descubre ambientes campesinos muy conocidos de su infancia. Sus Personajes son primitivos e ingenuos, y todo en la narración es sencillo candoroso. La hija de los puesteros es un muchacha enamorada del Arqueólogo inglés que, al tener que marcharse, la deja desesperada y la precipita a un trágico final. El diálogo sirve con maestría a la narración. Esta novela, como las demás de mismo autor (Los caranchos de la Florida, El antojo de la patrona, etc.) – es fiel reflejo de la vida del campo argentino. 

En nuestro siglo no se han interrumpido la prosas basadas en la Historia, ni las leyendas y tradiciones iniciadas por Ricardo Palma. Las coloniales del mejicano Artemio del Valle Arizpe (1888 –1961) muestran su atención a lo tradicional. El misterio y el idealismo de sus narraciones resaltan la personalidad del autor. Algunas, como Las flores del espino o La Salvadora, son famosas. Entre sus cuadros más logrados tenemos Doña Leonor de Cáceres y Acevedo y Cosas tenedes (1922), La güera Rodríguez (1950), Tradiciones, leyendas y sucedidos del México virreinal, etc. Otros hispanoamericanos cultivan estas prosas, como el panameño Sergio González en Las veintiséis leyendas panameñas (1953), o como el chileno Aurelio DIAZ MEZA, que recuerda el Santiago colonial en sus Crónicas de la conquista. 

Pero donde las narraciones históricas han ganado gran importancia es en las novelas que relatan las guerras por la Independencia y las revueltas y las revoluciones. Uno de los temas más fecundos Y persistentes han sido el de Rosas, que ya en su mismo siglo, alcanzó una extensa bibliografía. El tema del famoso dictador y su "mazorca" persiste, el siglo xx. El fecundo y popular Hugo Wast (Gustavo Martínez Zubiría 962) lo trata en La corbata celeste 

MANUEL GÁLVEZ (1883 –1962). también argentino, de estilo depurado y castizo, escribió sus Escenas de la época de Rosas, que recuerdan a Caldos: El gaucho de los El general Quiroga, Han tocado a degüello, Y así cayó don Juan Manuel (1954), etc. Rosas y su época aparecen como en un documento histórico aunque sensiblemente desfigurados por la invectiva y la pasión. X estas escenas han de agregarse las de la guerra del Paraguay y la narración, que Gálvez calificó de "capricho" titulada Las dos vidas del pobre Napoleón. 

Otra fuente de novelística ha sido el tema de la revolución mejicana de 1910. Muchos de sus novelistas la vivieron, lo cual les ha permitido captarla con fidelidad. MARIANO AZUELA (1873 –1952). que fue funcionario durante la Revolución, nos la descubre vivamente con rasgos de fiereza y humor: Andrés Pérez, maderista (1911), Los caciques, Las moscas Domitilo quiere ser diputado, etc. En Los de abajo (1927: Premio Nacional de Literatura en 1949), el héroe, Demetrio Macías, es "un primitivo sin cultura sin ideas...", un verdadero monstruo, pero que comunica cierta ternura al lector; en EI que la debe... predomina lo social con cierto tono irónico y agrio que recuerda la pintura de Solana la prosa de Valle Inclán. Azuela es también autor de la biografía novelesca Pedro Moreno, el insurgente y de La Malhora, vigoroso cuadro de la vida de los trabajadores. Azuela es uno de los mejores novelistas de América. Otros mejicanos han dedicado al mismo tema valiosas narraciones como Gregorio López y Fuentes (1897), autor de El indio (1935), doloroso cuadro del campesino, y Acomodaticio: novela de un político de convicciones (1943), en la que denuncia las hábiles maniobras de los que se aprovechan de las situaciones. Del lado paraguayo hay también notables ejemplos. 

Dentro de la narración histórica, la biografía novelada de los autores hispanoamericanos ofrecer ejemplos de gran interés: El tesoro del Dabaibe (1934), sobre Balboa, del panameño Octavio Méndez Pereira representa un gran equilibrio entre la imaginación creadora y el documento histórico; las obras argentinas El general Paz, de Luis Franco; Alberdi, de Pablo Rojas Paz; El mundo maravilloso de Guillermo E. Hudson, de E. Martínez Estrada; las a obras peruanas: Don Manuel, la vida de González Prada, de Luis Alberto Sánchez; las del Ecuador: La hoguera bárbara, sobre Eloy Alfaro, y de Alfredo Pareja Díez Canseco; García Moreno, el santo del patíbulo, de Benjamín Carrión; las de México: La conjura de Xinúm, con la rebelión a del indio maya y la autobiografía La del alba sería, de Ermilo Abreu Gómez; La ruta de Hernán Cortés, de Fernando Benítez; Moctezuma, el de la silla de oro, de Francisco Monterde; las de los venezolanos: Guzmán, elipse de una ambición de poder, de Ramón Díaz Sánchez, y los libros sobre los primeros conquistadores y exploradores de Venezuela en las islas del Caribe y en los grandes ríos del sur del país, de Enrique Bernardo Núñez; Guzmán, de Héctor Mújica; las de Chile: Don Diego Portales, de Magdalena Petit; Recaberren y Lautaro, de Fernando Algería, etc. 

Los novelistas hispanoamericanos han creado un tipo de novela social con personajes humanos bien logrados. El indio de la novela indiana ya no es el pintoresco ser del romanticismo, sino un humano miserable que sufre la miseria y la opresión. Estas narraciones contienen la protesta social. El boliviano Alcides Arguedas (1879 –1946) nos presenta, en Raza de bronce (1919), a los pobres indios del yerno. No son seres inocentes, los hay ladrones e incendiarios, pero sí víctimas del patrón y del administrado, el cholo codicioso. el mestizo brutal. Veinte años después de este gran libro, Ciro Alegría (1909) en El Mundo es ancho ajeno, nos pinta vigorosamente la sufrida y muda existencia de los indios peruanos, sus compatriotas. Junto a la novela del indio o del revolucionario encontramos la que estudia al hombre como tal frente a su medio económico, dominado por un capitalismo cerrado a toda influencia. A través del realismo, la novela llega hasta este mundo obrero. Los chilenos nos ofrecen buenas novelas de persistencia naturalista. Un ejemplo lo tenemos en Zurzulita (1920), "el sencillo relato de los cerros", de Mariano Latorre (1Y86 –1935), con la pobreza agrícola en un poblacho de la cordillera de la costa chilena. La miseria moral engendra monstruos, tan bien captados por Latorre en su repelente Samuelón. Es un vibrante aguafuerte que llega a las mas descarnadas expresiones. En este tipo de novela, el también chileno Luis Durand (1894 –1954) nos relata en Frontera (1949) la lucha de un hombre de instintos primarios por hacer suya, a su manera, la tierra. Superada la influencia de Latorre, se destacan Manuel Rojas (1896) famoso por Lanchas en la bahía (1932) y otras narraciones, como Hijo de ladrón (1951) y Mejor que el vino (1958); Nicomedes Guzmán, con La sangre y la esperanza (1943); Oscar Castro, con Llampo de sangre (1954); Fernando Alegría, con Caballo de copas (1957), etc. Los ecuatorianos han creado vigorosos relatos indianistas Y de protesta social, y desde 1925 se hace crudamente impresionante con Humberto Salvador en Camarada, Universidad Central, Trabajadores y Bajo la zarpa. La novela llega a ser una dura acusación, con Barro de la sierra, En las calles, Cholos, Huasipungo, etc. 

La novela social, al profundizar en el estudio de los caracteres, se convierte en un tipo de novela psicológica Destaquemos las novelas intimistas, en su ejemplo venezolano, de Teresa de la Parra (1890 –1936), con la gracia y humor poético de sus novelas inspiradas en su propia vida: Ifigenia y Memorias de Mamá Blanca con una muchacha imaginativa que lucha contra los prejuicios sociales a los que acaba por sacrificarse y a una infancia en las haciendas próximas a Caracas, respectivamente. El tema de las emociones infantiles ha sido abordado también por otros novelistas venezolanos posteriores: Julián Padrón, en Madrugada, evoca una vida infantil sensual, audaz y peligrosa en los o bosques tropicales de Maturín; la malograda Trini Larralde, con Guátaro, veraz imagen de su infancia; Lucila Palacios, con El día de Caín, doliente queja de su caso personal entre personajes políticos reales; etc. También cultivan a la novela intimista los chilenos, como J. González Vera (Vidas mínimas), los mejicanos como Andrés Henestrosa (Los hombres que dispersó la danza), Andrés Iduarte (Un niño en la revolución mejicana) y Andrés Mariño (Batalla hacia la aurora, 1959) ; etc.

     
 

La novela de análisis psicológico ha sido cultivada por grandes novelistas americanos de habla española: Eduardo Barrios (1884 –1963), uno de los más originales por su técnica e inventiva del Continente y autor de novelas que alcanzaron muchas ediciones: Gran señor y rajadiablos (1049), viva estampa del huaso, del señor de la hacienda campesina chilena, bravío en sus vicios y virtudes; Los hombres del hombre (1950), en la que hermana personajes reales y símbolos, el hombre y sus hombres interiores, en un perfecto equilibrio; es una novela de almas, no un frío análisis psicológico; etc. Otro novelista que muestra una gran profundidad psicológica es el argentino Eduardo Mallea (1903), con una obra de extraordinaria penetración: Historia de una pasión argentina, Rodeada está de sueño (1944), "memorias poemáticas de un caballero desconocido"; Todo verdor perecerá (194 ), de grandeza en su sobriedad y estatismo, que nos da la psicología de una criatura desgraciada en dos crisis sentimentales con el páramo y la sequía y un protagonista más seco aún que el paisaje; una trilogía de tipos y caracteres argentinos (Las águilas, La torre y La tempestad; Sala de estar, en la que nos presenta el alma de siete personajes agónicos e introvertidos; etc. Como un ismo más tardío, vino a agregarse a la literatura hispanoamericana el existencialismo. Algunos de los libros citados podrían considerarse como novelas existencialistas. La actitud violenta, el cinismo o el desamparo se dan como en un delirio permanente. Uno de los novelistas que mejor ha expresado esta angustia es el uruguayo Juan Carlos Onetti, con su novela Para esta noche (1943), en la que nos presentan el dramático ambiente de una ciudad sitiada en Europa. Con estilo conciso y tajante nos relata la historia interna de un hombre que trata de escapar de la muerte, libre y prisionero a la vez; nos explica su obra «como un cínico intento de liberación" en un medio de hostil crueldad en el que hasta el sudor tiene "olor a miedo". Rasgos patéticos encontramos en sus otras narraciones, como Tierra de nadie, sobre la vida porteña. Como novelista existencial ha sido también citado Guillermo Meneses (1911), cuya novela El falso cuaderno de Narciso Espejo es el análisis de unas almas perdidas en el laberinto moral de la época. La técnica de Meneses y su obra han sido muy discutidas en Venezuela, como La balandra Isabela llegó esta tarde o el relato La mano en el muro, con la angustia sexual. Un gran autor venezolano que cultiva también el existencialismo criollo es Miguel Otero Silva, con su visión de un mundo torturado, como en Fiebre, especie de posible biografía de los jóvenes que se levantaron contra el dictador Gómez, o Casas muertas (Premio Nacional de 1956), con la trágica pintura de Ortiz, el viejo pueblo llanero que iba desmoronándose por la incuria de los gobernantes. 

Atención especial merece el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899), el más original de los narradores americanos que, en sus Leyendas de Guatemala (1930; Buenos Aires, 1957), interpreta brillantemente mitos y leyendas indias, con un barroquismo tórrido que llega a la cumbre de su maravillosa eficacia con su novela El señor Presidente (aparecida en Méjico en 1946 y de la cual se han hecho posteriormente multitud de ediciones y traducciones). Se trata de una narración excepcional, que tal vez sea la mejor novela de Hispanoamérica. Con interpolaciones surrealistas nos presenta, magníficamente ensambladas a la manera del tremendismo último, la vida de un país criollo bajo un presidencialismo tiránico. Relumbrante estilo, pesimismo macabro, agrio y feroz; verdugos o víctimas, mujercitas burguesas y mujeronas de prostíbulo... todos bajo la dura sombra de un frío monstruo de crueldad refinada. A esta novela siguieron otras tan vigorosas como la trilogía sobre la explotación bananera (Viento fuerte, El Papa Verde y Los ojos de los enterrados). En Hombres de maíz (1949) se inspira en la mitología mayaquechua. Alcanzó en 1966 el premio Lenin de la Paz. 

El humor hispanoamericano es agrio y cáustico, como vemos, por ejemplo, en dos escritores: Xavier Icaza (1892), mejicano que ha desarrollado el tema de la ambición y de la revolución del criollo en Panchito Chapapote (1928), obra calificada por su autor de «retablo tropical o relación de un extraordinario sucedido de la heroica Veracruz" con el utilitarismo picaresco en el que hasta el juez y el alcalde tienen su parte, para llegar al final dramático de la Revolución en la que el protagonista Panchito se resiste a morir. La forma de novela y su dialogo sirven a una especie de comedia pirandeliana. A dos metros y medio, bajo tierra, un fusilado contesta a los discursos liberales con una frase negativa de angustia. El chileno Jenaro Prieto (1880 –1946) es otro novelista humorístico de vanguardia, con su novela El socio, fantasía sobre los negocios en la que el protagonista se inventa un socio inglés, a cuya sombra prosperaba hasta que, harto de tanto elogio al ficticio genio, finge romper con él, y entonces se ve en la ruina y es abandonado por todos... Enloquece y exclama: "¡Soy una mentira... una mentira que ha crecido y tomado cuerpo..! ¡No hay nada más difícil que matar una mentira!"; y con La casa vieja (1957), también humorística. Este humorismo, a veces macabro, lo han seguido otros escritores, como Enrique Araya, Fabal (Fabio Valdés), Jorge Délano, etc. 

Otras novelas dignas de mención: en la Argentina, la persistencia de la novela de la pampa, como Puerto América, de Luis María Albamonte, y las de 1959, como El hombre olvidado, de Rodolfo Falcuini, Ensueño de brujas, de Alfredo de la Guardia, Garibaldi en Entre Rios, de Amaro Villanueva, etc. De los modernos narradores mejicanos citaremos al humorista de Jalisco Juan José Arreola (1918), por su aguda prosa poemática de Confabulario (1952); Juan Rulfo, que, «con oscura intensidad de lenguaje», según José Luis Martínez, presenta un mundo rural, del que se compadece, como en la novela Pedro Páramo (1955); Rafael Solana, con Sol de octubre (1959), en la que presenta el amor maduro y el ambiente metropolitano juvenil de hoy; y otros que gozan de popularidad, como Carlos Fuentes, con Las buenas conciencias (1959), en la que nos presenta la crisis familiar de un adolescente en su adaptación al nuevo mundo revolucionario, etc. De los chilenos, además de la importante aportación femenina ( Marta Brunet, María Flo Yáñez, etc.), algunas novelas excepcionales como El mundo herido (1955), de Armando Méndez Carrasco, con el duro tema de la lucha por la vida, en la que, por el camino de la angustia, llegamos a un final de gran ternura, etc. 

En el Brasil, las novelas de la selva y de los trabajadores encuentran grandes intérpretes literarios. José Pereira de Graça Aranha (1868 a 1931) es la figura más descollante de la primera mitad del siglo XX. Sus novelas fueron calificadas de "puras glorias" por Rubén Darío, que citó Chanaan (1902) como "la mejor novela de estos tiempos". En ella se describe la penetración alemana en las selvas brasileñas y la resistencia del medio; aunque su desarrollo está agobiado por cierto pesimismo romántico, se llega a un final idealista y de fe en el futuro. Trata de aleccionar a la juventud, orientándola en distintos problemas, especialmente el racial. 

Estos mismos valores han de buscarse en A viagem maravilhosa, bella narración del despertar y de la lucha política de las nuevas generaciones. Las mismas notas vibran en Jorge Amado (1912), vigoroso narrador que supera el naturalismo americano con agrias prosas que encierran la protesta y la rebeldía social. Rui Bloem dice que el novelista "está presente em todas as suas páginas, com o seu temperamento, tal vez o mais forte no Brasil nos últimos tempos". La naturaleza brasileña es como un personaje mas de sus libros, en los que encontramos la vida del trabajador – indio y negro –, que comunica al lector las más hondas emociones de solidaridad. Sus narraciones no están exentas de angustiosos horrores, como la novela Jubiabá, el padre brujo de los negros, así como en las tituladas Suor, Cacau, Mar Morto, Capitães da areía, Agonía da noite, etc. En 1959 ganó el Premio de Novela del Instituto Nacional del Brasil con Gabriela, cravo a canela. En sus demás prosas, la crítica ha señalado su partidismo político, como en Luis Carlos Prestes, el Caballero de la Esperanza, con las novelescas aventuras del gran agitador. En Terras do Sem Fim (1942), su mejor narración según Torres Rioseco, parece abandonar sus preocupaciones ideológicas de partido. Vuelve patéticamente al tema del cacao, y el primer titulo que en ella encontramos es A Terra adubaba com sangue, novela de la conquista de las tierras que obliga a meditar, según Plinio Barreto, "sobre a miseria dos nossos irmãos do sertão". Cuenta las miserias y grandezas del hombre de empresa en la batalla por el cacao: 

Via aquela terra negra, a melhor terra do mundo para o plantio do cacau... Via campo cultivado de cacaueiro, as árbores dos frutos de ouro regularmente plantadas, os cocos maduros, amarelos. Via as roças de cacau se estedendo na terra onde antes fora mata. Era belo. Nada mai belo no mundo que as roças de cacau...

A esta obra siguió São Jorge dos Ithéus, en la que nos relata vigorosamente la tremenda lucha de los hacendados, grandes y pequeños, de cacao contra los exportadores del producto. Con Jorge Amado hemos de referirnos a los novelistas del nordeste brasileño, que nos muestra el paisaje del sertón: José Lins do Rego (1901 –1957), que nos presenta vigorosamente el angustioso tema de las luchas y adversidades en torno a la caña de azúcar y a la sequía, como en sus novelas Menino de engenho y la popularísima Cangançeiros (1951); Graciliano Ramos (1892 –1953), con sus novelas de las sequías, en las que describe el hambre y la opresión en cuadros tétricos: Caelés (1933), Sao Bernardo (1934), Angustia (1936), y en que sus Memórias do Cáceres (póstuma, 1953) alcanza todas las dimensiones de su arte de narrador; Rachel de Queiroz (1910), que incorpora, con acierto, el papel desempeñado por la mujer en la sociedad (O Quinze, Caminho de pedras, As tres Marías, etcétera); José Américo de Almeida (1887), a quien Fred P. Ellison considera figura clave en el desarrollo de la moderna novela brasileña (A Bagaceira, Boqueirao, Coiteiros, etc.); Carolina Nabuco (Chama e cinzas, 1947); Clarice Lispector, etc. Como expresión e intérprete de la cultura del Nordeste que representan los novelistas hemos de citar al gran escritor Gilberto Freyre (1900) que, con Nordeste, nos presenta (aspectos de la influencia de la cana sobre la vida el paisaje del nordeste del Brasil. Es un verdadero estudio ecológico y sociológico, que relaciona la caña con la malta, la tierra, el agua, los animales y el hombre. Otras importantes obras del mismo autor son Sobrados e Mucambos y Sociología (1945). Destaquemos Erico Verissimo (1905), cuya personalidad intelectual constituye uno de los mas positivos valores del Brasil contemporáneo (Clarissa, Un lugar ao sol, O continente, Gato preto em campo de neve, El tiempo y el viento, etc.). Con Arquipélago (1958), en una especie de ambiciosa imaginación, nos presenta varias familias de la historia le Río Grande do Sul. Contrasta medios geográficos y esfuerzos humanos, realidades y posibilidades en Un paralelo. Brasil –Estados Unidos (1947), y alcanzó gran popularidad su novela El retrato (1931). 

Brillantes narradores y ensayistas son también J.·B. Monteiro Lobato (1882 –1948), cultivó la literatura infantil, las interpretaciones de lo nacional brasileño y de lo extranjero. (Mr. Slang e o Brasil, O choque dos razas, etc., y que ha creado tipos simbólicos del pueblo del Brasil, como Juan Pereira personaje del libro Urupés Jeca Tatú, verdadero símbolo del país, el mono que se hizo hombre; y cuentos inolvidables (Contos leves, Contos Pesados, 1940) ; Malba Tahan. (Julio César’ de Mello e Souza, profesor que conjuga ciencia e imaginación en obras de gran popularidad (Matemática divertida e fabulosa, Diabruras, da Matemática, etc.) con las que, según Paulo Rónai, "prestou notável serviço nao somente a literatura para adolescentes, como tamben as letras em geral, pois conseguíu criar, como poucos escritores nacionais, um público numeroso e entusiasta". 

La producción de los autores iberoamericanos ha sido muy escasa en el género dramático. La carencia de compañías nacionales y de movimiento escénico en la mayoría de los piases ha hecho insignificante In vida teatral – –salvo determinadas épocas en las capitales argentina, mejicana y brasileña –. El drama gauchesco, que, como hemos visto, tanto auge había alcanzado en los ríoplatenses, acabó, con su mediocridad, por atraerse el menosprecio de las esferas cultas. 

En Buenos Aires, desde el citado triunfo del uruguayo Florencio Sánchez, el teatro se intelectualizó. Los bonaerenses, que ya habían sido espectadores del mejor teatro europeo en brillantes temporadas, conocieron ahora una época dorada –las dos primeras décadas del siglo XX la proliferación de estrenos y hasta de teatros rioplatenses, como los de los actores Podestá, dedicados a popularizarlos. La zarzuela española tuvo su versión porteña, u Nemesio Trejo, un payador de arrabal, se trocó enlosador de hechos y tipos. Enrique Buttaro, Carlos M. Pacheco, Alberto Novión y Alberto Vacarezza triunfan con sus piezas autóctonas sobre el bajo pueblo. En lo que pudiéramos llamar alta comedia, la lista de nombres se hace interminable: Roberto J. Payró, Gregorio de Laferrére, David Peña, Nicolás Granada, Víctor Pérez Petit, José León Pagano Enrique García Velloso, Alberto Ghiraldo, Julio Sánchez Gardel, Pedro E. Pico, José González Castillo, Vicente Martinez Cuitiño, Otto Miguel Cione, etc. A la crítica de Joaquín de Vedia y de Juan Pablo Echagüe (Jean Paul), exigente a veces, siguió la correspondiente a una época de madurez. En 1920, Samuel Eichelbaum, nacido en 1895, con su obra inicial La mala sed, abre una producción densa de valores psicológicos. El teatro rioplatense se enriquece con las exaltaciones rebeldes de Rodolfo González Pacheco con los expresionismos de Francisco Deffilipis Novoa, las comedias evocativas de Arturo Capdevila, los poemas dramáticos, como Ollantay, del gran maestro Ricardo Rojas; las deliciosas piezas sociales, como Los hijos crecen, de Darthés y Damel; las farsas dramáticas, como El teatro soy yo, de César Tiempo, famoso periodista y poeta que dirige la Colección Teatral Apolo, etc. Sólo faltó al teatro argentino reconocimiento y estímulos gubernativos; pero contra el estancamiento exclusivamente comercial se alzaron los teatros libres y los experimentales, que, estimulados por las minorías selectas, llegarían a extenderse más modernamente por los barrios populares y hasta a suministrar directores, actores y autores a los teatros comerciales en las crisis de los últimos años. El primero en importancia fue el Teatro del Pueblo, que dirigió Leónidas Barleta, con sus novedades vanguardistas y con la representación, a titulo póstumo, de la obra dramática de Roberto Arlt, en cuyo diálogo, de poderosas síntesis, advirtieron los críticos un prenuncio kafkiano. Divulgaron un teatro juvenil artístico que proliferó en número y calidad hasta constituir, en estos años, un importante bastión para La defensa del teatro, con instituciones, publicaciones y asambleas. Estos teatros independientes han dado nombres de ,gran prestigio actual, cuyas comedias y farsas representan importantes expresiones artísticas de la originalidad teatral: Julio Invertí, el binomio Devoto – Sábato, Aurelio Ferretti, Atilio Betti, E. Blanco –Amor, Alberto M. Oteiza, Marta Lehmann, Osvaldo Dragún, Bernardo Canal Feijoo, Carlos Gorostiza, Agustín Cuzzani, Antonio Pagés Larraya, Rodolfo Kush, Juan Carlos Ferrari, Eduardo Peyrou, Basilio Sosa, Manuel Kirsch, Conrado Nalé Roxío, Vicente Barbieri, Pablo Palant, Abelardo Arias, Darío Cossier, Juan Carlos Gené, Marco Denevi, Alberto Zabalía, Juan Carlos Ghiano, etc. Como muestra del movimiento teatral argentino moderno, recordemos que en 195ñ se estrenaron ochenta y ocho comedias. Pero en los años siguientes se registra una franca decadencia: escasez de autores noveles, actores desempleados, cierre o demolición de teatros, muchas traducciones, etc. Las actividades se refugian, al parecer, en los grupos juveniles de los teatros independientes, o bien se inician hacia la televisión. Mientras tanto, del lado uruguayo la Comedia Nacional, impulsada por directores tan expertos como Margarita Xirgu u Orestes Caviglia, reponían obras de prestigiosos autores uruguayos junto a otros nuevos: Ernesto Herrera, Juan León Bengoa, Fernán Silva Valdés –el veterano creador del nativismo triunfó en 1952 con la leyenda gauchesca Santos Vega, convertida en misterio – Yamandú Rodríguez, Justino Zavala Muñiz, Héctor Plaza Noblía, Carlos Salaño Campos, Roberto Fabregat Cuneo, Elzear de Camilli, José M. Delgado, Angélica Plaza, María de Montserrat, Sarah Bollo, Olga Blanco Dasso, Julian A. Rey, Juan C. Patrón, Antonio Larreta, Ángel Rama, etc.

     
   

En Méjico, el teatro ha mostrado también gran actividad. El primer impulso importante lo dio José Vasconcelos desde el Ministerio de Educación. En 1923, el Ayuntamiento de la capital creó el Teatro Oficial. En In última década han destacado el Teatro Universitario, dirigido por el autor guatemalteco Carlos Solórzano, y, anteriormente, el Teatro de Medianoche, fundado por Rodolfo Usigli (1905), especializado en estudios escénicos en la Universidad de Yale y que estrenó obras de gran importancia: la pieza antihistórica Corona de sombra (1943), con el tema de Maximiliano y Carlota a uno y otro lado del Atlántico planos que se nos dan en doble escenario de realidad y ficción; El gesticulador (1947), arrogante denuncia de los males de la revolución; El niño y la niebla (1951), Jano es una muchacha (1952) etcétera. Los dramaturgos mejicanos han sabido ganarse el interés mundial. Citemos a Xavier Villaurrutia, Agustín Lazo, Luis C. Basurto, Sergio Magaña, Emilio Carballido, Jorge Ibargüengoitia, Luisa Josefina Hernández, Luis Moreno, Federico S. Inclán, Wilberto Cantón, Hugo Argüelles Cano, etc. Entre los críticos mejicanos, Armando de María y Campos y Antonio Magaña Esquivel. El Festival de Teatro de 1958, que dirigió el dramaturgo Celestino Gorostiza, constituyó un éxito hispanoamericano. Las manifestaciones teatrales en los demás países hispanoamericanos, aunque no muy abundantes, presentan ejemplos interesantes. En el Paraguay se han llevado a la escena los temas guaraníes; en Venezuela han probado fortuna en el teatro poetas y novelistas, como Ida Cramcko, Rafael Pineda, Roman Chalbaud, Alí Lasser, Aquiles Certad, etc.; en Colombia, Víctor Mallarino (director de la Escuela de Arte Dramático de Bogotá), Luis Enrique Osorio, Oswaldo Díaz, Antonio Álvarez Lleras (iniciador del moderno teatro colombiano con obras de gran éxito como El virrey Solís y Como los muertos, que llegó a centenaria en Bogotá); en Bolivia, los monólogos y comedias naturalistas de tipo satírico: en Ecuador se pasó de los dramas ideológicos del siglo XIX al drama criollo costumbrista y al áspero teatro social de los novelistas, como Demetrio Aguilera Malta con su Trilogía ecuatoriana (1959); en Nicaragua, Pablo Antonio Cuadra fomenta la restauración teatral; en Perú se ha pasado a una agria interpretación del problema social e indígena, y entre sus autores podemos citar a Percy Cibson Parra, Juan Ríos, Bernardo Roca Rey, Sebastián Salazar Bondy, Enrique Solary Swayne, etc.; en El Salvador, la gran figura de Walter Beneke, con su aguda e irónica comedia de la vida americana, como EI paraíso de los imprudentes (premiada en París en 1958) y Funeral Home (1959) y la de Arturo Menéndez. con La ira del cordero, etc.: en Puerto Rico. Francisco Arriví y René Marqués siguen una orientación social, que, como en La víspera del hombre (1959), de René Marqués, alcanza gran valor intelectual; en Cuba, a los célebres populares sainetes han de agregarse ahora piezas de más profundidad humana, de Luis A. Baralt, Carlos Felipe, Renée Potts, Marcelo Salinas. José Cid, etc.; en Chile hay autores teatrales muy notables, como Antonio Acevedo Hernández con un drama rural profundo; Armando L. Moock (muerto en 1943), escribió unas veinte comedias muchas de ellas estrenadas en la Argentina, a cuyo teatro estaban incorporado que fueron conocidas en los escenarios de España y del continente americano de habla española, como Rigoberto, en la que nos muestra un gran carácter: el tímido, dominado por las mujeres de su casa; Daniel de la Vega, Víctor Domingo Silva, Sergio Vodanovic, Julio Asmussen Urrutia, Isidoro Basis Lawner, Luis Alberto Heiremans, Manuel Rojas, Isidora Aguirre Fernando Josseau, Fernando Debesa, etcétera. En la actividad teatral chilena hemos de destacar la importancia de los teatros experimentales el de la Universidad de Chile, fundado por Pedro de la Barra y que ha dado a conocer obras del siglo pasado, como ]as de Daniel Barros Grez, y otras modernas, como las de María Asunción Requena; y el Teatro de Ensayo de la Universidad Católica, fundado por Pedro Mortheiru, gracias al cual son conocidos algunos valores nuevos, como Gabriela Roepke. En el teatro brasileño triunfan también algunos dramaturgos notables, como Jurazy Camargo, que alcanzó cierta universalidad en Deus lhe pague; R. Magalhaes Junior (nacido en 1007), que, desde 193G, obtiene numerosos premios teatrales con piezas de tema histórico y costumbrista, como Carlota Joaquina, A familia Lero Lero, Cançao dentro de pao, O Imperador galante, Um judeu y otras de gran éxito. Magalhaes Junior es también un destacado periodista y ensayista y actualmente director de la Sociedad Brasileña de autores Teatrais. En dramaturgo brasileño que triunfa hoy en Sudamérica es Paschoal Carlos Magno, iniciador y animador de los Teatros de Estudiantes del Brasil, y gracias a cuyo entusiasmo han surgido ilustres nombres de actores nacionales. 

De las últimas modalidades del teatro brasileño han llegado a Europa algunas obras. Las de Pedro Bloch – que recuerdan las del norteamericano O’Neill – han sido muy discutidas como teatro de minorías. Las manos de Eurídice, obra de un solo personaje, en medio de transiciones psicológicas, presenta un caso patológico. Este drama se multiplica en Los enemigos no mandan flores, que gira en torno a una mujer fea y a un contrabandista que, pese a su oficio, es un retrasado mental. Como obras psicológicas son estáticas, aunque en su expresión no cae Bloch en idealismos ni sentimentalismos expresivos. En l960, en Brasilia, madame Morineau, procedente del elenco francés de I.ouis Jouvet, representó La sonrisa de piedra, le Bloch. En esta obra habla un solo personaje, aunque hay en escena tres más que permanecen callados. A esta siguieron otras piezas de Bloch: Se busca una rosa, El problema, etc. 

Autor de indudable mérito, promotor de ideas críticas e inquietudes es Guilherme Figueiredo, cuyas obras En mi casa durmió un dios, La zorra y las uvas y Tragedia para reír alcanzaron un extraordinario éxito. 

El humorista Millor Fernández (Vao Gogo), cuyas obras han sido editadas por Civilizaçao Brasileira (1908), es autor de notables piezas escénicas, como Uma mulher em tres atos, Do Tamanho de um defunto, Bonito como um Deus, Gaviota, Porque me ufano do meu País, etc. La va citada novelista Rachel de Queiroz ha cultivado también el teatro, y con a Beata María ganó, en 1959, el premio correspondiente a este género, del Instituto Nacional del Libro del Brasil. 

Jorge Andrade ha alcanzado gran éxito con una comedia sobre una plantación de café en Sao Paulo: A Moratória , editada en Río de Janeiro con un prefacio de Décio Almeida Prado, y cuyo tema es la crisis cafetera de 1929 a 1932. Traducida al inglés por Donald Robinson, ha sido representada en el ‘Teatro Eldred de Cleveland. 

Respecto a la actividad teatral brasileña de los últimos años, hemos de mencionar el I Festival del Teatro Amateur (publicado en "Teatro Moderno", Río de Janeiro, 1957), en el cual se repuso Auto da Compadecida, de Ariano Susana y se presentó Sortilegio, de Abdias Nacimento (ambas piezas, religiosas: la segunda, del teatro negro). Citemos también A grande stiagem, tragedia rural de Isaac Gondim Filho; el Premio de Teatro Artur Azebedo, la Academia Brasileña, ganado por Acioli Neto con Helena fechou a porta, etc. Galante de Souza ganó el Premio Sul America del Instituto Brasileiro de Educaçao al mejor estudio de teatro (Teatro no Brazil, 1957). 

En líneas Generales, el teatro iberoamericano no ha seguido, en su desarrollo, el ritmo de la poesía y de la novela. Sin embargo, los impulsos que va recibiendo últimamente en los distintos países hacen suponer que no transcurrirán muchos años sin que consiga su madurez. Las agrupaciones juveniles han tratado y tratan, sin desmayos, de llenar con su vocación y entusiasmo teatrales el vacío que dejan la falta de tradición escénica y las posibilidades económicas. 

Este teatro iberoamericano ha despertado en los Estados Unidos. Son ya numerosas ediciones universitarias de sus obras anotadas en inglés, y hay estudios de sus dramaturgos, algunos tan notables como los de Willis Knapp Jones, de la Universidad de Miami. 

En Filosofía, el continente americano no ha encontrado aún autores sistemáticos. Como grandes tratadistas hemos de citar al mejicano Antonio Caso, el argentino Francisco Romero y a algunos otros expositores de teorías de otros filósofos, como los peruanos Francisco García Calderón, Víctor Andrés Belaúnde y Alejandro Deustúa; los mejicanos Adelardo Villegas y F. Hugo Rodríguez Alcalá; el uruguayo Carlos Vaz Ferreira; el brasileño Farías Brito y los argentino Alejandro Klorn y José Ingenieros. El ensayo iberoamericano se ha desarrollado notablemente. El pensamiento, desde la aparición del Ariel de Rodó, ha adquirido personalidad en los países americanos, como Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, de José Carlos Mariátegui, El libro de las ideas, del boliviano Fernando Díez de Medina; La interpretación pesimista de la sociología hispanoamericana, del Venezolano Augusto Mijares; Una doctrina de la venezolanidad (sobre Mario Briceño Iragorry), de Ramón Losada Aldana; Venezuela, un país en transformación, de Arturo Uslar Pietri; Imparcialidad del destino americano, de Juan Oropesa; Guatemala, Las líneas de su mano, de Luis Cardoza y Aragón; Laberinto de la soledad, del citado poeta Octavio Paz; El increíble fray Servando, del veterano escritor Alfonso Junco, también mejicano, etc. A veces, maneras de ser se descubren en libros de imaginación, como en la novela El Cristo de espaldas, del colombiano Eduardo Caballero Calderón, o en los propiamente intelectuales, como los de Germán Arciniegas. 

Examinemos ahora, aunque brevemente, los grandes prosistas de nuestro tiempo. Podemos considerar como una protoexpresión del pensamiento hispanoamericano al escritor mejicano José Vasconcelos (1882 –1959), el cual dio toda su significación al vocablo criollo y entendió lo hispanoamericano como suma de razas: "Desgraciadamente – dice –, yo no tengo sangre pero cargo una corta porción de sangre indígena, y creo que a ella debo una amplitud de sentimiento mayor que la de la mayoría de los blancos y un grano de una cultura que ya era ilustre cuando Europa era bárbara". Hombre de acción, su labor al frente del Ministerio de Educación Nacional de Méjico (1920 –1925) fue extraordinariamente dinámica y llena de comprensión, y ha de considerarse como fundamental en la iniciación de la cultura de toda Hispanoamérica, por sus numerosas iniciativas en todos los órdenes. Una vez terminada su misión ministerial, refugióse en un periodismo intelectual y combativo – La Antorcha es cita obligada del pensamiento americano –, y ante el agresivo aislamiento político en que hubo de vivir, inició sus viajes de conferenciante por Europa y América. En ellos tuvo que enfrentares con problemas tan espinosos como la ocupación de Puerto Rico por parte le Norteamérica. Pero reconoce la grandeza del coloso del Norte, y no sólo en su aspecto material: "Si los yanquis fueran no más Calibán, no representarían mayor peligro. Lo grave es, lo grave para nosotros es que también nos suelen superar con el espíritu". El viejo liberal se lamenta de las persecuciones de que fue objeto el catolicismo en su país, y de que no se comprenda la gran fuerza que representa para la cultura: "Un catolicismo depurado sería un auxiliar irremplazable". Desde el punto de vista hispanoamericano vio la realización de Iberoamérica como "una empresa que requiere la colaboración de todos los pueblos de la tierra", y "el comienzo de un ciclo nuevo en la historia del mundo". En este iberoamericanismo no sólo entran negros, indios y sus mezclas, sino también el mismo sajón. Vasconcelos se pronuncia por el mestizaje como posible creador de culturas y civilizaciones distintas de las actuales, al decir que "nuestra mayor esperanza de salvación se encuentra en el hecho de que no somos una raza pura, sino un mestizaje, un puente de razas futuras, un agregado de razas en formación: agregado que puede crear una estirpe más poderosa que las que proceden de un solo tronco". Esto afecta también, como es natural, a los inmigrantes de los Estados Unidos, donde resucita más patente el dominio ejercido por una minoría blanca sobre todas las restantes, mucho más prolíficas. 

Vasconcelos ha planteado también todos los problemas y conflictos de América dentro de su propio continente como, por ejemplo, el peligro de un choque del Norte sajón con el Sur hispano. Trata de dar con el ideal, y en su exposición teórica acoge los problemas materiales (la necesidad criolla de trabajar de prisa la tierra para que no siga ganándola el trust devorador). Pero es optimista, y considera que América tiene que cumplir tareas mesiánicas: La raza cósmica e Indología (1926); y hace magníficas y personales interpretaciones de lo mejicano en su famoso Ulises criollo (1936) y en La flama. Los de arriba de la Revolución (póstuma, 1959), importante autobiografía. Los avisos y diatribas endurecieron al Intelectual del "optimismo estólido" (así tituló el epílogo de su Breve historia de México, aparecida en Madrid en 1952). Otra gran figura es Alfonso Reyes (1889 –1959), el gran humanista contemporáneo y mejicano universal procedente del grupo del Ateneo o del Centenario de Méjico. Cultivó la filología y la crítica en el Centro de Estudios Históricos de Madrid, y es el más famoso y riguroso investigador de Iberoamérica. A sus libros de erudición literaria, como El deslinde (1944), han de unirse sus ensayos más cercanos a lo puramente imaginativo, como Visión de Anáhuac (1917), o las crónicas de su Epoca de diplomático en la Argentina y Brasil, o las memorias que, con el titulo de Parentalia, empezó a escribir en 1958 en homenaje a su familia. Reyes fue uno de los grandes maestros de las letras hispanas por su elegancia, claridad de pensamiento y admirable capacidad de trabajo. Creía en un nacionalismo que estuviera atento a lo universal. Junto a Alfonso Reyes ha de considerarse, como a otro notable humanista, al dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884 a 1946), que realizó una importante labor en la critica y técnica literarias. Estudió la versificación irregular en la poesía castellana, la cultura y las letras coloniales en Santo Domingo, etc. Obra imprescindible para el planteamiento intelectual de la americanidad es Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1926), que nos lo muestran como un profundo conocedor de los países de habla española y de sus formas de sentir y pensar. En 1a literatura de creación constituye un ejemplo su tragedia clásica El nacimiento de Dionisos.

En 1a imposibilidad de citar a todos, y a manera de ejemplo conspicuo, mencionemos al venezolano Mariano Picón Salas (1901) que ha dado luminosos ensayos, como De la conquista a la Independencia, de gran influencia en la juventud hispanoamericana, y otros interpretación, como Comprensión de Venezuela, Crisis, cambio y tradición, Regreso de tres mundos (1959), etc. Picón Salas se ha mostrado como un artista de la prosa en sus novelas históricas y biografías (La odisea de Tierra Firme, Miranda, Pedro Claver, el santo de los esclavos, Los dias de Cipriano Castro, valioso documento de la angustia venezolana, etc.). o en sus novelas existencialistas, como Los tratos de la noche, en que ahonda humanamente en la transformación de Caracas en una ciudad babélica o en las intimistas como Viaje al amanecer. 

Conclusión. Respecto a la literatura brasileña, Jorge Amado, en abril de 1960, contestaba a la pregunta de la revista A Seara Nova de si creía en una cultura común lusobrasileña. Su respuesta fue negativa, pues, según él, el término es sólo una ficción sentimental. Afirma la existencia de dos culturas independientes. Sin negar 1a portuguesa, señala los nuevos elementos, como el del negro, en la brasileña. A ambos lados del Atlántico es mutuo el interés de ambas civilizaciones. También en 1960 se inauguró en Lisboa el Instituto de Estudios Brasileiros, con Victorino Nemésio como primer director, y con Thiers Moreira como profesor visitante. Posiblemente puede aplicarse esto también a Hispanoamérica, cuyos escritores, en los últimos tiempos, han atraído la atención de los españoles y hasta influido en algunos de ellos. Los críticos hispanoamericanos en los últimos años, como indicamos al principio, han cambiado el entusiasmo patriótico por cierto rigor en el juicio: He aquí un ejemplo colombiano: Gabriel García Márquez llega a conclusiones no muy optimistas, respecto a los más famosos escritores de nuestros días, en un articulo que titula Una frustración nacional ("literatura de hombres cansados", que supone "un fraude a la nación", en El Espectador, Bogotá, 12 – VI – 1960). Quizá no resulte justo ni exacto decir que no surgen nuevos escritores en la proporción en que desaparecen los prestigiosos, pero la escasez de noveles es indudablemente una realidad. El teatro y su agonía puede ser el ejemplo más visible. El mejicano, que es el que mantenía un auge nacional más destacable, parece languidecer lamentablemente. María Teresa Montoya, que tanta gloria ha dado al teatro, en sinceras declaraciones, se lamenta de la decadencia teatral.

 

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